De
charla con los amigos surgió la idea de darle la vuelta al programa
hegemónico de la conocida película Pretty Woman. Como ya sabéis,
es una típica historia de cuento de hadas: ejecutivo, o sea, un tipo
ganador, que utiliza a una puta para sus asuntos. La mujer de la
calle, con sus encantos, es capaz de ablandar el corazoncito de ese
hombre que estaba falto de eso, de cierta misericordia con respecto a
sus rivales, otros ejecutivos más o menos de su misma estirpe. Y no
sólo de ablandarlo, sino que termina cortejándolo y, por supuesto,
dejar la calle. En términos marxistas, todo esto no pasa de ser una
“robinsonada”1
con más o menos encanto, y ya sabemos cual es el objetivo de las
“robinsonadas”, servir al poder hegemónico. Las robinsonadas
ocultan y obvian lo más importante de un relato veraz, en primer
lugar, las múltiples relaciones y contradicciones de cada uno de los
personajes situados en un contexto de clase, y en segundo lugar, el
enfrentamiento cara a cara entre personajes que guardan una relación
de exterioridad, vamos, que los mundos de cada uno son totalmente
ajenos a los del otro.
Ciertamente, para que la
historia tenga su sustancia, su enjundia, debe ser tratada con los
más finos recursos ético-morales, es decir, que puestos a obviar
toda la vida anterior de los personajes, queda centrarse en su maldad
o en su bondad intrínseca. El hombre es bueno por naturaleza, pero
un trabajo alienante, la gran empresa multinacional, ha hecho de él
un sujeto egoísta. Como vemos, es la típica historia moral del
hombre que tiene muchas dudas existenciales, que le ahogan, que le
atormentan, y que termina haciendo lo que debe hacer, o sea,
entregarse a la moral de toda la vida, a lo que Dios manda, por
tanto, y acaba volviéndose honesto y cabal, y como ejecutivo honesto
y cabal logra sacar a una puta del submundo en el que está inmersa.
Y así logrará su perdón, sacando a la pobre mujer de ese mundo
obsceno en el que se encuentra, la calle, en la que cayó por vete tu
a saber que causas.
Pero
volvamos a uno de esos aspectos a ocultar por parte del poder
hegemónico, el cara a cara entre los personajes. Con este
ocultamiento se trata de obviar el preciso momento en el que un
sujeto trata de incorporar a otro sujeto, sujetos que, como hemos
dicho antes, guardan una relación de exterioridad, como parte de su
mundo, de su sistema. Más concretamente, trata de obviar lo que en
realidad no es más que una relación desigual -ya sabemos quien
maneja todo el asunto- y que en la película aparece como un
intercambio igualitario. Y para que eso se produzca la propia mujer
debe romper con su mundo, y digo mundo que no su oficio, ya que es su
oficio lo que le interesa al ejecutivo, o sea, una mujer para que lo
acompañe en sus asuntos. Decía, pues, que debe romper con su mundo
en el sentido de que esa mujer, ¡et
voilà!,
parece redimida de todos los posibles problemas que acarrea una vida
dedicada a la calle, los problemas con las drogas, el alcohol, las
enfermedades de transmisión sexual, la marginación, etc., todo esto
por obra y gracia del guionista. Evidentemente, para que la mujer,
como personaje redimido, tenga algo de atractivo se le debe atesorar
de unos ciertos encantos que se resumen en esa inocente candidez de
la que hace gala y que le hace resultar tan atractiva. En esto
también se pone de manifiesto la relación de desigualdad en el cara
a cara, es decir, el hombre ve en la mujer lo que él quiere ver, o
sea, lo que le falta, no lo que en realidad es ella realmente. El
mundo del ejecutivo, un mundo donde prevalece la alienación más
aberrante del sujeto, necesita de esa dosis de humanidad, de ese
sabor de la vida, pero ese sabor no es más que un sustitutivo
desprovisto de todo lo nocivo, como la cocacola
ligt,
como el café
sin cafeína,
como la cerveza
sin alcohol.
Así se nos presenta la prostituta, desprovista de todo lo malo.
Por eso nosotros abogamos por
cambiar el foco de atención, es decir, el situar el cara a cara en
favor de la mujer de la calle. Pensemos en esa pobre mujer que se
tiene que ganar la vida vendiendo su cuerpo para satisfacer las
necesidades básicas de ese poder establecido. En este caso, si la
imagen que aparece en el primer plano es la de la puta, la de su
mundo, el cuento de hadas se convierte en una suerte de macabra
ironía. Ya dejamos de imaginarnos el que tarde o temprano nos
llegará el príncipe azul que nos liberará de la prisión de la
vida real, sino que más bien todos, en mayor o menos media, en
nuestros trabajos, en nuestra casa, nos sentimos identificados con
ella, somos una puta igual que ella.
El nuevo programa sería el
siguiente: los más, para poder vivir, tenemos que prostituirnos,
vender nuestro cuerpo, hipotecar nuestro futuro, para que así ese
ejecutivo siga haciéndose más rico. Para los prostituidos, siempre
habrá la esperanza de que algún día la cosa cambiará, vamos el
típico “estamos trabajando para usted” que decía D. Agustín,
en forma de suerte extrema -que te toque la lotería, o que te deje
preñada un fulano famoso y puedas salir en la televisión y ganarte
una pasta gansa a costa de enseñar tus intimidades a todo
“quisqui”-, o cualquier otro invento del poder establecido para
tenernos engatusados. Lo que nos queda a los más es intentar no
vendernos demasiado, porque comer hay que comer, y ya sabemos que en
esta sociedad de consumo hay que vender y comprar, y cuanto más
rápido mejor. Vamos, que uno tiene que ser necesariamente puta, y lo
de ser “muy” puta ya entraría dentro de lo contingente.
1Un
género de la ficción de aventura donde un héroe se encuentra sólo
en una isla desierta y tiene que sobrevivir con su ingenio.
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