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Nacionalismo e ideología... (boceto)

No cabe duda de que el problema de todo nacionalismo gira en torno al problema de la identidad. Cuando hablamos de la construcción de la nación, la que sea, buscamos el elemento, o los elementos, que son capaces de sostener esa identidad más allá de las diferencias entre los sujetos y de las posibles variaciones explícitas de esos mismos elementos. Nos referimos a esos elementos como “protonacionalistas”1. No son más que criterios con los que se intenta basar la unidad de la nación, en los que incluimos, sin menoscabo de otros, la lengua, la etnicidad, la religión, la pertenencia a un imperio, etc.

El prefijo “proto” ya nos remite a la idea de que esos elementos, en el momento en el que se viene a proceder a construir una nación, por desintegración o decadencia de la anterior conformación social -piénsese en Yugoslavia una vez que cayó el bloque comunista-, están en un estado “flotante”, a la espera de ser unidos, apropiados, articulados de nuevo, en una nueva conformación social. En líneas generales, la característica principal de los cuerpos sociales en los momentos de crisis es que el espacio ideológico, las ideas que manejan los sujetos en ese espacio social, está constituido por elementos sin relacionar, sin conectar. Esta falta de relación supone que la identidad esté abierta, abierta a nuevas apropiaciones –el cordón desatado necesita ser atado para que cumpla una finalidad, la de atar unos zapatos. Mientras eso no ocurra el uso del cordón, aunque tiene una existencia real objetiva, está abierto a la subjetividad, a cualquier subjetividad. Así, yo podría utilizarlo, si me viene en gana, para otros menesteres, como, por ejemplo, para hacer ramilletes de flores.

La tarea de cualquier proceso de construcción de la nación sería la de “fijar” el significado de esos elementos “flotantes”. La tarea, por tanto, en la que nos situamos es la de ver cómo se realiza ese “fijamiento”, que es una tarea puramente ideológica. Zizek lo dice así siguiendo las ideas expuestas por Laclau y Mouffe en su Hegemonía y estrategia socialista:

el cúmulo de “significantes flotantes”, de elementos protoideológicos, se estructura en un campo unificado mediante la intervención de un determinado “punto nodal” (el point de capiton lacaniano) que los “acolcha”, detiene su deslizamiento y fija su significado2.

Es interesante percibir que la mera existencia de esos elementos -aspecto objetivo-, como por ejemplo, el que una comunidad concreta hable catalán, no presupone directamente la nación catalana, en el sentido de que el lenguaje está mucho más acá de eso a lo que llamamos nación, es decir, que en un principio el lenguaje sirve a intereses elementales como el hacer viable la comunicación entre unas personas con las que se comparte medio y que tiene como único fin la “supervivencia” del individuo y, por extensión, la del grupo. Para que se produzca esa relación, lengua=nación, se necesita de ese “fijamiento” del significado, de la apropiación en los propios sujetos, en la propia comunidad -aspecto subjetivo. En este caso, si “acolchamos” ese significante flotante que llamamos lengua mediante el término “autodeterminación” -punto nodal-, la lengua adquiere una significación precisa, ya que se crea el vínculo concreto, abre la vía de comunicación entre la lengua y la nación. A partir de ahí, se “fijan” los demás elementos, se acoplan en una dirección concreta, en un paisaje concreto, el de la supuesta “nación catalana”.Por tanto, “lo que está en juego en la lucha ideológica es cuál de los “puntos nodales”, points de capiton, totalizará, incluirá en su serie de equivalencias a esos elementos flotantes”3. Ese “punto nodal” se presentará, por tanto, como la Verdad -con mayúscula- sobre la que se articulan las demás verdades -ya con minúscula-, o sea, los elementos flotantes.

Por todo esto, y ya volviendo a Hobsbawm, la utilización del criterio de la lengua no puede ser un criterio para sostener la unidad de la nación. En cualquier caso, aunque la lengua nunca puede ser un criterio para sustentar la unidad de la nación, si tenemos que tener en cuenta que puede convertirse en un vehículo de cohesión “protonacional”. ¿En qué sentido? Hobsbawm, siguiendo a Benedict Anderson, explicita tres razones:

  1. La lengua puede crear una comunidad aristocrática, de élite intercomunicante, “que, si coincide o es posible hacerlo coincidir con determinada zona de estado territorial o vernácula, puede ser una especie de modelo o proyecto piloto para la comunidad intercomunicante más amplia de la nación4. Vemos aquí que Anderson/Hobsbawm apelan al carácter relacional de la lengua, a la posibilidad de crear vínculos entre las diferentes clases sociales que se sustentan sobre otras “objetivaciones” o caracteres para sí poder articular, dar lugar, a una comunidad más o menos cohesionada. Por otro lado, es importante que esa élite, para que pueda lograr que la lengua se convierta en ese modelo o principio estructurador, tenga el suficiente poder político.
  2. La lengua común, justamente porque no se forma de modo natural, sino que se construye, y en especial cuando se publica forzadamente, adquiría una fijeza nueva que la hacía parecer más permanente y, por ende (en virtud de una ilusión óptica), más eterna de lo que realmente era”5 (70). La importancia, no sólo de la imprenta, sino de los grandes correctores, que datan del siglo XVIII y comienzos del siglo XX. Esto, en definitiva, supongo que debemos enlazarlo con lo de la ilustración y con el ideal de educación para todos.
  3. La lengua oficial o de cultura de los gobernantes y la élite generalmente llegó a ser la lengua real de los estados modernos mediante la educación pública y otros mecanismo administrativos”6.
Pero, como bien dice nuestro autor, todos estos fenómenos son posteriores. Las lenguas, por tanto, nacen “con” los estados -o con formas de organizaciones sociales concretas-, no los estados a partir de las lenguas.

1Este término es el acuñado por Eric Hobsbawm tal como aparece en su Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 2000.
2Zizek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992. Pág. 125.
3Ibíd. Pág. 126.
4Eric Hobsbawm, Op. Cit. Pág. 68.
5Ibíd. Pág. 70.
6Ibíd. Pág. 70.

Comentarios

José Osvaldo Fernández ha dicho que…
Intento que esta referencia me lleve a sacar conclusiones sobre esos infértiles y residuales intentos de nacionalismo canario, cuya razón de ser no está carente de sentido, en cierta manera. Hablaríamos en otros términos si Las Afortunadas tuviesen un dialecto o lenguaje propio, entendido en tu trabajo como una herramienta protonacionalista.
rafaballes ha dicho que…
Hay muchos elementos protonacionalistas... el lenguaje es uno de ellos, ciertamente, parece gozar de buena fama, en contraposición con otros como la raza... En cierto modo, cualquier cosa puede ser un elemento protonacionalista en la medida de que puede ser apropiado por unas élites a la hora de conformar, cohesionar, poner a su servicio, un cuerpo social concreto. El problema no está en lo que puede ser apropiado, o la falta de eso que puede ser apropiado, sino que estamos hablando de los mecanismos de apropiación, en los que hay que diferenciar, como vengo insistiendo en mis entradas sobre la lucha de clases, entre unas élites (aristocracia) que guían y una masa (pueblo plebeyo) que sigue. En particular, como no conozco el tema de Canarias, poco te puedo aportar en este sentido.

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