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En torno a... "Filosofía de la nueva música" de T. W. Adorno... 6


6. Variación IV

El triunfo de la subjetividad sobre la tradición heterónoma, la libertad de dejar que todo instante musical sea él mismo sin subsunción, cuesta caro1.

Ya hablábamos alguna vez de que la verdad es una contradicción. A partir de esa contradicción originaria, de carácter ontológico, se articula la vida, con sus categorías, sus valores. Esa contradicción es la que, a la vez, da al cuerpo social su cerramiento y ese carácter dinámico, vivo. En términos económicos, como nos indica Dussel, esa contradicción originaria se establece “cuando se produce la experiencia del primer y radical “cara a cara” del posesor del dinero ante el posesor del trabajo, antes del contrato todavía posible de trabajo”2. Tal como se puede percibir, el posesor del dinero “compra” el trabajo al posesor del trabajo por X dinero que este último necesita para colmar sus necesidades vitales. Pero el problema, tal como apunta Dussel, y en esto sigue escrupulosamente a Marx, “el trabajador no posee el trabajo, porque el trabajo vivo es su propia corporalidad viviente productora”3, y esto supone que en el trabajo del hombre hay algo más, algo que remite a su propia naturaleza históricamente situada en un contexto social concreto y compartida con otros semejantes. Por tanto, se produce un intercambio desigual, el comprador entregará “una cosa” mientras que el trabajador se entregará “a sí mismo”. A esa desigualdad, a la diferencia existente entre los elementos intercambiados, le llamamos plusvalor y es obtenido a partir del trabajo vivo del hombre.

Si nos trasladamos al campo del arte, este trabajo vivo no debemos entenderlo desde el punto de vista del idealismo, que considera que el hombre tiene unas capacidades intrínsecas y es capaz de crear de la nada todas las cosas, aunque sea con algo de tiempo. Eso no es más que una “robinsonada”. En el trabajo vivo, en la forma de hacer del hombre en una época concreta, encontramos cierto “contenido sedimentado”, tal como nos dice Adorno. Una forma musical como la “suite barroca” no surge así como así de la genial imaginación de un compositor, sino que ha generado a partir de contenidos vivos, la danza aristocrática, que poco a poco se han solidificado, por así decirlo, se han convertido en formas, en maneras de hacer. No vamos insistir en lo interesante de ver la relación entre los que tienen el poder y las formas musicales que se desarrollan en una determinada época. La suite barroca tiene una vinculación directa con las monarquías absolutistas y toda su aristocrática “realea” que orbitaba alrededor.

Por tanto, desde el punto de vista estético, podemos denominar plusvalor a todo ese contenido sedimentado que, como hemos dicho, pertenece a toda una comunidad y que, en las circunstancias actuales, es apropiado por unas élites que son las que lo gestionan. Es impensable que, dentro de una comunidad concreta, un compositor pudiese elaborar una obra totalmente nueva, nueva en el sentido de que no utilizase parte del contenido sedimentado de esa misma sociedad. Este hecho, el no utilizar esa parte comunal, que nos pertenece a todos y que, por tanto, hace que podamos entendernos, comunicarnos, etc., les lleva a callejones sin salida, a la incomprensión total. Y es hasta aquí donde hemos llegado. Los compositores avanzados, una vez que se ha impuesto la subjetividad, “se ven ante problemas tan irresolubles como el escritor que para cada frase que escribe ha de consultar expresamente el diccionario y la gramática”4. El compositor avanzado, antes de entregarse al mercado, a la producción en serie de productos culturales, cae en el abismo de la indiferencia.

1Ibíd. Pág. 96.
2Dussel, Enrique, 16 tesis de economía política, México: Siglo XXI, 2014. Pág. 71.
3Ibíd. Pág. 71.
4T. W. Adorno, Op. Cit. Pág. 96.

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