Pasa el tiempo y parece que seguimos en el mismo
lugar. Hoy parece finiquitada toda posibilidad de ilustración, de
un mundo mejor, donde primen las relaciones de libertad, fraternidad
e igualdad entre las personas. El futuro, como la casa, hipotecado.
En esas estamos. Seguimos creyendo en el futuro, ese mesianismo que
nos va a lanzar, por obra y gracia de nuestra naturaleza humana, más
allá, a un paraíso terrenal. Y esa parece ser nuestra desazón, nos
dejan sin futuro.

La fisiología de la palabra futuro, su absoluta
negatividad, se muestra en el propio uso que se hace de ella. Como la
plastilina, puede ser modelada al antojo de la subjetividad. Así,
para unos, la mierda sirve para justificar sus políticas, trabajamos
para el futuro, nos dicen. Otros, presienten que las políticas impuestas por otros les van a privar
de la propia mierda, de esa sustancia que, por su carácter amorfo,
parece sugerir una amplia gama de posibilidades. Quiero el futuro,
quiero la mierda, para poder hacer a mi gusto, desarrollar mi yoidad. Así, que hagas lo que hagas, vuelves al mismo sitio, siempre hay algún listillo que pone el dedo en la plastilina para romper tu figurita.
Verdaderamente, si consideramos que la vida humana es un
continuo hacerse, el futuro se diluye. Pero cuando hablamos de hacer no
nos referimos al sentido restringido que ha tomado hoy en día esa
palabra, como trabajo remunerado, el sentido que le gusta dar "El Capital”. Bien, si en todo hacer humano hay una direccionalidad,
ese rumbo no implica el ir a alguna parte, como un lugar concreto, y
menos aún en busca de un ideal. El problema del hombre es la propia
necesidad de ese movimiento dirigido que nunca tiene fin, que no
tiene futuro, porque el futuro no es más que el espejismo creado por
ese mismo movimiento, la pérdida de visión momentánea, ese momento
de ruptura que nos apremia a enfocar de nuevo la mirada.
El futuro, la mierda, ha perdido su condición de objeto sagrado. No es algo que se entrega a los dioses, no es algo que se deposita en el water, sino que por obra de la cosificación materialista que ha venido de la mano del capitalismo más radical y que ha convertido al dinero, no en un instrumento, sino en un fin en sí mismo -ya no es la naturaleza la que nos brinda la riqueza, riqueza que en un acto racional, de una praxis humana, es transustanciada en dinero, sino que es el propio dinero el que genera más dinero- hace que el futuro esté en boca de todo el mundo. A cualquier lengua le es lícito hablar de futuro. Pero preferible, antes de todo, hacernos la pregunta que ya se hacía el maestro García Calvo: Y
luego, ¿qué?.
Y en clave de humor, el Capital se ríe de nosotros de la misma manera, siempre hay un engaño más sofisticado, hasta que nos demos cuenta que estamos jugando en su campo, con sus reglas.
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