Los romanos heredaron la misma
problemática griega y asumieron la misma manera de excluir, de hacer espacio,
aunque Roma se tuvo que enfrentar a problemas diferentes, sobre todo los
relacionados con la extensión de su Imperio. Conforme el mundo romano crecía,
los detentores del poder político, los patricios[1], se
veían acosados por los nuevos ciudadanos, los plebeyos, que, aunque tenían la
misma carta de ciudadanía, no gozaban de los mismos privilegios que estos. El
poder sagrado no tenía más remedio que pactar con esos poderes profanos, que no
es más que decir que la técnica ampliaba cada vez más sus tentáculos reduciendo
al máximo el espacio para la libre discusión.
En cualquier caso, y
situándonos ya en la época medieval, este empuje de las fuerzas profanas en su
afán de conquistar ese ámbito sagrado producirá un crecimiento cada vez mayor
de la esfera privada en detrimento de la pública. Este hecho se muestra en que en
las relaciones entre los hombres se impone poco a poco el patrón de la conducta
privada, de la conducta doméstica. Como apunta Arendt, propio de este crecimiento de la esfera privada, e incidentalmente de
la diferencia entre el antiguo jefe de familia y el señor feudal, es que éste
podía administrar justicia en su territorio, mientras que el primero, si bien
tenía derecho de aplicar unas normas más duras o más suaves, no conoció leyes
ni justicia al margen de la esfera pública[2],
es decir, que si bien el jefe de familia debía atenerse a las leyes públicas, a
las leyes que se conformaban en el ámbito sagrado de la política donde él, como
pater familias, participaba junto a
otros de su igual condición, donde todos se consideraban iguales, el señor
feudal administraba y aplicaba las leyes a su territorio sin tener que rendir
cuentas a nadie. Un ejemplo de este tipo de ampliación de la conducta privada
fueron las organizaciones profesionales medievales, los gremios y las
cofradías, en las que aplicaron el concepto de "bien común" no
entendido desde el punto de vista público o político, sino desde el punto de
vista de los intereses comunes de los individuos.
A este auge de la
administración privada en cada vez más amplios ámbitos de la esfera pública lo
llama Arendt como el auge de lo social. Pero aquí hay que advertir la
diferencia crucial entre lo político y lo social. En el mundo griego, lo
político tiene que ver con la esfera pública, en contraposición a lo familiar
que se sitúa en el ámbito de lo privado. Según Arendt, la palabra
"social" es de origen romano y carece de equivalente en Grecia. En
cualquier caso, la necesidad de vivir en compañía de otros, sentido que
aplicamos hoy en día a lo social, para los griegos no era algo exclusivamente
humano. Incluso los animales comparten esa necesidad de vivir en compañía de
los otros con nosotros. Lo político para los griegos, por tanto, hace
referencia a una conducta exclusivamente humana y que sólo se realizaba en el
ámbito de lo público.
Pero esta emergencia de la
sociedad, o sea, ese ocultamiento de la esfera pública en detrimento de una
visión del hombre, de su humanidad, como un conjunto ordenado y organizado de
sujetos, no sólo borró la línea entre lo privado y lo público, sino que cambió radicalmente
el sentido de esos términos. En palabras de Arendt, en la actualidad llamamos privada a una esfera de intimidad[3].
Lo privado para nosotros se aleja del carácter privativo que tenía en Grecia,
es decir, el que lo privado remitía a la falta de la capacidad humana más
elevada, la de la razón que se ejercía en los lugares públicos. Ahora lo
privado, entendido como el conjunto de
cosas que nos pertenecen, se refiere a lo íntimo -de ahí lo de la intimidad del
hogar, pero esta vez el hogar no adquiere ese carácter de orden biológicamente
necesario, sino que es entendido como el lugar donde se disfruta de manera
individual de cada una de nuestras posesiones- ya no se relaciona con lo
público, sino con lo social, que sería el ámbito que compartimos con los demás.
Aunque si bien es cierto que lo público no termina por desaparecer, si que
adquiere un significado subsidiario, pasaría a depender de lo social y designaría
el lugar donde los miembros de cada grupo social intercambiarían objetos, ideas,
etcétera, y en este sentido, evidentemente, pierde por completo el carácter sagrado
que tenía en otra época.
Con el auge de la sociedad vino
de la mano la decadencia de la familia. Esto significa que las unidades
familiares fueron absorbidas por los grupos sociales. Pero esto no trajo
consigo el llevar la igualdad a todas las esferas de la vida, es decir, que no
sólo unos pocos sean los que tengan acceso a la vida pública como en el mundo
Griego, sino que significó el ampliar el despótico papel del pater familias a todos los ámbitos, tal
como hemos dicho antes. Pero además, el mismo poder monárquico sufre también su
transformación. Si para el mundo antiguo la monarquía no era más que el esquema
organizativo de la familia, con el advenimiento de la sociedad ese poder del
monarca se transforma en el poder de nadie. En este contexto, la obra de
Maquiavelo cabe pensarla como una reacción a este hecho que parecía consumarse
en su época. Y es por ello que Arendt considere a Maquiavelo como el único
teórico político postclásico que intentara instaurar de nuevo esa separación
entre lo público y lo privado. De ahí su intento de tratar de colocar al valor
como la virtud política por excelencia, de tal manera que quien entrara en la esfera política había de estar preparado para
arriesgar su vida, y el excesivo afecto hacia la propia existencia impedía la
libertad era una clara señal de servidumbre[4].
Por otro lado, con el auge de
lo social también coincidió con la transformación del interés privado en
relación a la propiedad privada en un interés público. La sociedad, cuando entró por vez primera en la esfera pública, adoptó
el disfraz de una organización de propietarios que, en lugar de exigir el
acceso a la esfera pública debido a la riqueza, pidió protección para acumular
más riqueza[5].
Esa riqueza común terminó ocupando el lugar que la esfera pública, pero, lejos
de pertenecer a todos, lo único que pertenecía a todos era la institución que
garantizaba la acumulación de la riqueza privada, no la riqueza en sí. De este
modo, la esfera pública queda pervertida por el uso privado de unos pocos,
aquellos poseedores de la riqueza. Pero, aún habría de dar un paso más, y es el
de convertir la riqueza privada en capital. De esta manera la riqueza privada
quedaría definitivamente desvinculada de la propia vida del hombre, o sea, de
cualquier vinculación con el uso y el consumo de las personas y serviría para
producir, siempre en manos de unos pocos, cada vez más capital. Este fenómeno,
el de la acumulación del capital, es el que será expuesto por Marx en el
capítulo XXIV de “El Capital”[6].
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