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Diálogo sobre lo público y lo privado... 1



Cuando hablamos de la democracia no es difícil volver la mirada hacia Grecia. Pero esa vuelta a los orígenes, ese reconocimiento nostálgico hacia el pasado, no podemos entenderlo como un acto inocente. Nos suele pasar que tendemos a aplicar nuestros esquemas de comprensión sobre otro mundo sin pensar en que ese mundo podría articularse a partir de otras formas, es decir, que la idea que nosotros tenemos de lo público y lo privado la apliquemos, sin más, a ese mundo griego.  Nos encontramos, pues, con la dificultad de extrapolar, o conectar, nuestro  espacio político postmoderno con el del mundo griego. En este sentido es muy usual aplicar nuestras categorías horizontales, esas en las que lo público se encuentra en la plaza o en la calle y lo privado en la casa, cuando en realidad en la Grecia antigua, tal como apunta Duque, la relación social es vertical[1]. ¿Qué queremos decir con todo esto? Que en Grecia no hay un dentro ni un afuera, sino un dominador y un dominado. El dominador es el que se movía en la esfera pública, mientras que el dominado estaba recluido en la esfera privada. Es en este punto donde toma la palabra Hannah Arendt[2] apuntando que la capacidad política del ciudadano griego se halla en abierta oposición con respecto a la vida familiar, la vida que se lleva a cabo en el hogar.
Pero, en virtud de su lugar subordinado ¿qué puede aportar la esfera privada a la pública? Para Arendt, el rasgo distintivo de la esfera doméstica era que en dicha esfera los hombres vivían juntos llevados por sus necesidades y exigencias[3]. Es la esfera en la que el hombre satisface sus necesidades básicas de subsistencia, es decir, el alimento, la compañía de otros, la procreación, la seguridad. Hablamos de las necesidades naturales del hombre que están sometidas a la urgencia de la vida. Es por ello que la comunidad natural de la familia nació de la necesidad, y ésta rigió todas las actividades desempeñadas en su seno[4]. Y la satisfacción de estas necesidades vitales no podía ser otra cosa que el sustrato donde se sustentaría la vida política, la vida pública y en libertad en la polis. Pero a pesar de su dependencia, la esfera pública, para los griegos, era diametralmente opuesta a la vida privada. Si la vida privada estaba regida por la necesidad, nunca puede ser un espacio idóneo para desarrollar la libertad del individuo. Hablamos, por tanto, de que la esfera privada es un espacio pre-político en el que lo que prima es la satisfacción de las necesidades primordiales, y por ello, la fuerza y la violencia se justifican en esta esfera porque son los únicos medios para dominar la necesidad –por ejemplo, gobernando a los esclavos- y llegar a ser libre[5].
El espacio político sería, por tanto, el de la polis. La libertad significaba escapar de la necesidad de la vida, no estar sometido a los quehaceres biológicos, y por tanto, ni gobernar ni ser gobernado[6]. Y esa libertad se desarrollaba fuera del ámbito del hogar, en la polis, y es allí donde todos eran iguales. Pero no todos tienen acceso a esa esfera pública. Sólo unos pocos, los que eran capaces de tener salvados los problemas vitales, o sea, los que pueden transcender la esfera privada, son los llamados para ejercer la libertad. Es por ello que, tal como apunta Duque, el término griego más cercano a "libre" es eleútheros: "el bien nacido", aquel a quien ha cabido en suerte pertenecer a una estirpe (génos) poseedora de tierras[7].
Pero, ¿cuál es el lugar de la técnica en el mundo Griego que, como hemos dicho antes, tiene una importancia decisiva en el ordenamiento político, más aún cuando para los griegos el técnico -technítes- es normalmente un esclavo? Duque recurre al mito de Protágoras para responder a esa pregunta[8]. Este mito muestra claramente el miedo que sentían los gobernantes hacia el técnico. Por un lado, éste es importante porque permite elaborar todas las materias primas que vienen de fuera para poder ser consumidas y utilizadas por el ciudadano, o sea, nos brinda la supervivencia dentro de la polis. Pero, por otro lado, ese poder de los técnicos, poder que viene de los Dioses a través del robo consumado por Prometeo, debe ser controlado porque el peligro de la técnica es el de que, como arma divina, sea poseída por unos pocos y sea utilizada en beneficio propio y no en el de la comunidad. Ahora, nos queda preguntarnos quién es el que ha narrado ese mito y, por lo tanto, quién es el que ha tratado de mantener su poder ante la fuerza cada vez más impetuosa de la técnica: es el poietés. Como bien  apunta Duque, es él el que hace hablar a Zeus dictando la ley inapelable; él quien esculpe a Atenea y la entroniza en su templo; él, también, el que escucha temeroso la voz ronca de Némesis y Anánke[9].
En cualquier caso, suponemos que con el auge de la democracia griega termina poniéndose en evidencia que el ordenamiento político que le precedía y basado en el parentesco estaba desmoronándose. Y en este contexto, los antiguos poderes que adquieren su concreción gracias a la figura del poietés[10], tratan por todos los medios de hacer frente a los nuevos peligros que, gracias a los avances de la técnica, llevaban consigo la instauración de nuevos modos de producción, nuevos modos de crear riqueza. Es por ello la necesidad de mantener a toda costa controlados a los technítes. Pero, ¿por qué suponían los technítes ese peligro?
En este punto es importante observar, tal como hace Arendt, la diferente naturaleza de dos palabras que hoy en día asumimos como equivalentes: la propiedad y la riqueza. Arendt asume que antes de la Edad Moderna todas las civilizaciones consideraban sagrada la propiedad privada. Por lo contrario, la riqueza nunca obtuvo ese estatus. La propiedad significaba, en palabras de Arendt, el tener un sitio de uno en alguna parte concreta del mundo y por lo tanto pertenecer al cuerpo político, es decir, ser el cabeza de una de las familias que juntas formaban la esfera pública[11], o sea, que la propiedad era la que, en términos actuales, otorgaba la carta de ciudadanía al sujeto. Sin propiedad el sujeto no era nada, y por eso mismo no podía entrar en la esfera pública, ocuparse de los asuntos de la comunidad. La propiedad privada era, por tanto, la condición necesaria para poder entregarse a los asuntos políticos, mientras que la carencia de esa propiedad significaba dejar de ser humano[12]. Esta acepción de la propiedad subsistía debidamente integrada dentro de las sociedades organizadas sobre las relaciones de parentesco y de clanes.
La riqueza privada tuvo un origen posterior y, por supuesto, carecía de ese carácter sagrado. De ella es la que salen los medios de subsistencia, es decir, se pueden mantener a los esclavos para que produzcan, a partir de la propiedad privada, la riqueza necesaria para la sustento de toda la unidad familiar. En cierto modo, la riqueza se sitúa en el nivel de intercambio entre las personas, en el nivel profano. La técnica se situaría en ese nivel profano, pero actuaría, y ya hemos hecho referencia a ello en el primer apartado, como límite que engendra mundo. Es así que el legislador, el que posee el poder, se mantiene en ese lugar sagrado, que sería lo público, en el que no vale cualquier tipo de actividad técnica, porque lo suyo de la esfera sagrada es la de permanecer oculta a los ojos de los más.  
En el mundo griego, visto que el hombre libre podía verse privado, por diferentes causas en las que se incluye el azar, de la riqueza suficiente que le asegure esa subsistencia,  y en este caso, estar obligado a comportarse como un esclavo, o sea, a crear riqueza, se impuso la condición para ser admitido en la vida pública la de poseer una riqueza que le asegurase una razonable seguridad. Pero lo importante es destacar que esa riqueza no se utilizaba con fines acumulativos, como hoy en día parece suceder, sino para que su poseedor no vea necesario dedicarse a buscar por él mismo los medios de su subsistencia. En resumen, está claro que la vida pública sólo era posible después de haber cubierto las mucho más urgentes necesidades de la vida[13].
En este contexto, evidentemente, el poder establecido, o sea, el mundo basado en las relaciones de parentesco y fundado en la sacralidad de la propiedad privada, poco a poco va sucumbiendo a un nuevo modo de producción, al nuevo poder que quiere abrirse camino, basado en la riqueza privada y que viene de la mano de los technítes, hombres dotados de las artes para transformar las materias primas que vienen allende las fronteras en productos manufacturados listos para la comercialización y el consumo. No es de extrañar que, ante esa nueva fuerza, el propio Hermes, el Dios del commercium y de la comunicación, compense al hombre, en nombre de Zeus, con las virtudes de la justicia y el pudor ya que el propio Dios vio con meridiana claridad el peligro para la armonía de la comunidad que supone que unos pocos hombres estén dotados de artes divinas, mientras que otros no. En definitiva, el técnico no debía poseer el poder de legislar, de gobernar.


[1] Ibíd. Pág. 23.
[2] Cfr. Arendt, Hanna, La condición humana, Barcelona : Paidós, 1993.
[3] Ibíd. Pág. 43.
[4] Ibíd. Pág. 43.
[5] Ibíd. Pág. 43 y s.
[6] En este sentido, es importante vincular, tal como hace la profesora Oñate, la hermenéutica con la Pólis y atender a su la vocación política: (...) ha de pensarse y hacerse la Pólis no como un campo de batalla (de todos contra todos), ni como un mercado de concurrencias dinamizantes, sino como el lugar público-monumental que posibilita y pone en circulación las instituciones propicias para la paz civil, las artes, la cultura superior comunitaria, la paideía y la amistad. Significa que la hermenéutica está esencialmente vinculada con la Pólis, y que hace la Pólis desde la Paideía de los lenguajes y las artes liberales, atendiendo a otros parámetros que no son los del mero vivir, sino los sí constituyentes de la ciudadanía. Que no son los de la mera sobrevivencia, la fuerza y el ascenso social como dinámica de la competición concurrente por el poder, sino los parámetros determinantes del Lógos, del vivir-bien, por y para el bien común, como ya señalaban, desde la fundación misma de la Academia y el Liceo los lógoi éticos y políticos del platónico Aristóteles. En, Oñate, Teresa, Op. Cít. Pág. 457.
[7] Duque, Félix, Op. Cit., Pág. 22.
[8] El mito de Prometeo en el diálogo Protágoras de Platón se encuentra en el estudio de la profesora Oñate Gadamer y los Presocráticos: la teología de la esperanza en el límite oculto de la hermenéutica, en Oñate, Teresa, Op. Cít. Pág. 447-559.
[9] Ibíd. Pág. 23
[10] En el sentido de legislador.
[11] Arendt, Hanna, Op. Cit., Pág. 70.
[12] Ibíd. Pág. 71.
[13] Ibíd. Pág. 72.

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