Sin embargo, fue Nicolás de
Cusa, el último gran filósofo de la agonizante Edad Media, el que rechazó por
vez primera la concepción cosmológica medieval, y a él se le atribuye frecuentemente
el mérito, o el crimen, de haber afirmado la infinitud del universo[1].
Sin duda, podemos inferir que
Bruno no tomó la posible vía abierta por Copérnico y Digges expuesta en la
anterior introducción. Como bien apunta Kragh, su comprensión del sistema de
copernicano era pobre, no tenía un conocimiento suficiente de las matemáticas
que le brindase la oportunidad de interpretar la obra de Copérnico en toda su
amplitud. A él sólo le interesó de Copérnico la idea de que la Tierra y los
planetas daban vueltas alrededor del Sol. Su planteamiento, por tanto, era
distinto. Su punto de vista era más metafísico, no meramente cosmológico, y
menos aún astronómico.
En este sentido, es fundamental
la figura de Nicolás de Cusa (1401-1464) como un posible precursor de la obra
de Bruno. En palabras de Kuhn, la visión
del de Cusa nos proporciona un segundo ejemplo de cosmología que podía verse
transformada por las tesis copernicanas[2].
Lo interesante en él, y pienso que es importante para nuestro trabajo porque
abrirá las puertas de la ruta que retomará Bruno en el desarrollo de su
pensamiento cosmológico, es que, y en esto me remito a Kragh, trató de elaborar
un sistema metafísico, la llamada doctrina de la coincidencia de los opuestos,
que aplicó a su cosmología y cuyos resultados dieron lugar a varias
afirmaciones atrevidas que se alejaban radicalmente de la cosmología
aristotélica[3].
Por un lado, que el cosmos no tenía
centro, y por otro, que era “relativamente infinito” y homogéneo.
A estas afirmaciones llega tras
asumir una primera diferenciación ontológica. Por un lado, Dios es la
maximidad absoluta y la máxima unidad, que previenen y unen las diferencias y
las distancias (como ocurren en las contradictorias, que no tienen medio), las
cuales son absolutamente todas las cosas, principio absoluto de todas y fin de
todas[4].
Dios, por tanto, es infinito, y es en ese ámbito es donde se produce la unión
de los opuestos. De Cusa pone como ejemplo una circunferencia con radio
infinito que no es más que una línea recta ya que nunca podrá encontrarse
consigo misma. Por otro lado, tenemos el universo como máximo contracto o
concreto: pues este contracto o concreto, como contenga absolutamente todo
esto que es, reproduce en cuanto puede aquello que es máximo absoluto
absolutamente[5].
Sólo en el universo, entendido como el mundo concreto, se despliegan de forma
concreta las diferencias, o sea, que aparecen separadas todas las
determinaciones que en el propio Dios aparecen juntas. Y volviendo al ejemplo
anterior, sólo en el universo concreto se da la circunferencia separada de la
línea recta ya que, se supone, que esa circunferencia tiene un radio concreto
y, por lo tanto, encontraría tarde o temprano su cierre.
En este contexto, se plantea la
centralidad de cualquier elemento del universo. Pero el cusano afirma que no
puede haber nada mundano, tierra, aire, o lo que sea, que se pueda tomar como
centro absoluto, fijo e inmóvil. Pues no se llega en el movimiento a un
mínimo absoluto, tal como un centro fijo, porque es necesariamente que el
máximo y el mínimo coincidan[6],
es decir, que sólo puede ser considerado centro absoluto Dios, donde
coincidirían los opuestos. Cualquier otra cosa finita sólo puede ocupar un
centro relativo, en relación a otros elementos, ya que el ocupar el centro
absoluto equivale a la ausencia de movimiento, que por obra de la unión de los
contrarios, equivaldría al máximo movimiento. Sobre esa relatividad se expresa
de esta manera: tampoco está el centro del mundo más dentro que fuera de la
tierra. Ni la tierra, ni ninguna esfera tienen centro, pues como el centro es
un punto equidistante de la circunferencia, y no es posible que haya una esfera
o círculo que sea la más verdadera, es evidente que no puede darse un centro
sin que pueda darse también otro más verdadero y exacto[7].
Por tanto, terminará concluyendo que el centro del universo será el propio Dios
y el centro de todas las esferas y de todas las cosas que hay en el mundo es
el que es a la vez circunferencia infinita de todas las cosas[8].
En cuanto a la segunda
afirmación, la del universo “relativamente infinito”, el cusano no se atreve a
dar el paso de afirmar directamente la infinitud del universo. Y es que para
él, dada cualquier cosa finita, siempre se da en un mayor o un menor grado, por
su propia imposibilidad de hacer el tránsito hacia lo infinito, que es Dios.
Aquí percibimos claramente la diferencia entre Dios y lo creado. Así, el
universo, sin embargo, como comprende todas aquellas cosas que no son Dios, no
puede ser negativamente infinito, aunque no tenga límites y sea privativamente
infinito. Y por esta razón no es ni finito ni infinito[9].
Pero, como se percibe en sus propias palabras, tampoco contrapone a la
infinitud de Dios la finitud de lo creado, sino que incluso el universo
concreto parece participar en cierto modo de esa propia infinitud. En palabras
de Koyré, su universo no es infinito (infinitum), sino “interminado” (interminatum),
lo cual significa no sólo que carece de fronteras y no está limitado por una
capa externa, sino también que no está “terminado” por lo que atañe a sus
constituyentes[10].
El universo, por tanto, aunque no es infinito, nunca alcanza el límite por la
sencilla razón de que su límite es Dios, y éste es infinito.
Como hemos visto, el cusano a
la hora de desarrollar su cosmología se preocupa más por los aspectos
metafísicos que los propiamente cosmológicos. Su pensamiento refleja fielmente
el nuevo clima intelectual del periodo renacentista y que venía de la mano de
una importante revalorización del platonismo y del misticismo. Sin duda, la
importancia de este autor no estriba en sus aportaciones decisivas al mundo de
la cosmología, sino más bien en la instauración de un nuevo horizonte de
comprensión o paisaje que tarde o temprano terminará imponiéndose. No es de
extrañar, por tanto, tal como apunta Koyré, las sugerentes interpretaciones de
su pensamiento que realizaron algunos de sus más fieles predecesores en las que
leían en él todo tipo de anticipaciones
de descubrimientos posteriores, tales como, por ejemplo, la forma aplanada de
la Tierra, las trayectorias elípticas de los planetas, la absoluta relatividad
del espacio y la rotación de los cuerpos celestes sobre sus ejes[11].
En cualquier caso, Bruno se sumará a esta propuesta cusana. De hecho, en
palabras de Kuhn, el enfoque cosmológico
de Bruno estará escasamente influenciado por la ciencia o por las apariencias como
el de Cusa, quien ejerció sobre él una gran influencia[12].
Sólo que aquél si se atreverá a afirmar la infinitud del universo.
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