Lo que no parece generar ninguna
duda es el hecho de que el hombre no está en el mundo como una silla, o como un
planeta, sino que el hombre existe en el mundo porque ha dado lugar al mundo,
más aún, que su tarea de siempre, como hombre, es dar lugar al mundo. En este
sentido ese mundo no es un simple conjunto de cosas existentes contables e
incontables, conocidas o desconocidas[1],
sino que lo entendemos como el horizonte en el cual se desarrollan todos
los proyectos del hombre en su vida. Estamos hablando de una tradición, de un
modo de vida, que se erige, que se glorifica en toda una serie de instituciones
políticas, sociales, etcétera. Toda forma de objetivación no es más que un
proceso de des-ocultación, de establecimiento de un mundo, no entendido, por
tanto, como una suma de elementos concretos mediante los cuales articulamos
nuestro quehacer, sino más bien el modo en que esos elementos concretos son
moldeados, estructurados o definidos. El hombre, por tanto, produce mundo, y
siguiendo las palabras de Duque, en el
viejo sentido del término griego kósmos:
ordenación, estructuración, armonía de caminos entrecruzados, apertura de vanos
y vacíos...[2]
Ese mundo, entendido como la morada
del hombre, es fundado sobre la tierra. Pero aquí tenemos que evitar caer en la
tentación de entender "tierra" como materia prima, como naturaleza
primigenia que espera ser trabajada por el hombre. La tierra es el elemento que
hace posible el mundo, el lugar a donde el mundo se retira y lo que, a la vez,
lo hace sobresalir. En otras palabras, sabemos de la tierra en el momento en
que se des-oculta a través de las diferentes objetivaciones, pero a la vez
permanece oculta e indescriptible por sí misma en esa objetivación. En este
contexto, hombre y tierra sólo existen,
sólo se dan como maneras[3],
es decir, que no existen como entes independientes. Más aún, la colaboración
entre el hombre y la tierra se da antes, es previa a cualquier tipo de
diferenciación y objetivación.
Como bien apunta Duque, el producto
de esa primera colaboración es el espacio que surge a partir de un primer acto
exclusivamente técnico, el cortar. No existe espacio si no hay corte. Pero esta
técnica, la del cortar, no puede ser entendida de un modo parcial, es decir,
que cuando hablamos de la técnica del corte no podemos referirnos
exclusivamente al acción del cortar, sino que tenemos que tener en cuenta
también la posibilidad de que haya lugar a esa acción. En este sentido, la
colaboración entre hombre y tierra no es algo que se produzca así como así en
virtud del saber intelectual del hombre, sino que tiene un cierto carácter
azaroso, raro, en el sentido de que se debe dar la circunstancia de que esa colaboración
se pueda dar. Por tanto, es la técnica,
en cuanto co-laboración de hombre y tierra, la que pro-duce espacio y lo saca a
la luz en cada caso de manera distinta, sin que ese "caso" se halle
nunca con seguridad a la mano del hombre[4]. Y el
tiempo sería el efecto de ese carácter azaroso de la cooperación entre hombre y
tierra.
Así pues, esta colaboración
entre hombre y tierra que es la técnica remite, en definitiva, a lo que Duque
llama dos ensayos de “ocultación”, el
del hombre y el de la tierra. El hombre obra
como si en él no se diera tierra, es decir, se oculta ante los adversarios en
su fortaleza para poder disponer con seguridad del espacio delimitado. En
palabras de Duque, el hombre obra como si
en él no se diera la tierra: se hace fuerte en la altura de su “saber-hacer” e
intenta, oculto, desgajar las cosas de su seno indisponible de tierra para convertirlas
en productos que sigan a priori una ley, (…) con objeto de poder dominarlas y
controlarlas “desde fuera”, para que no haya azar ni sobresaltos[5].
El hombre se oculta a sí mismo en su acción técnica y eso le brinda la
seguridad suficiente para la vida, con ese ocultamiento el hombre se olvida de que
es mortal, es decir, de su carácter menesteroso e indigente. La tierra también se oculta detrás de la
acción técnica del hombre. El producto técnico desde el que se hace visible la
tierra no hace más que ocultarla en la forma de naturaleza o material de
trabajo. La técnica impone una especie de velo a la tierra, y es en estas
condiciones donde la tierra ansía resurgir
en nosotros como lo que ella es de verdad, es decir, como invisible[6].
Son dos los puntos que hay que
tener en cuenta en relación con la técnica. En primer lugar, la estrategia técnica para conectar históricamente
encuentros azarosos es siempre colectiva[7],
es decir, de carácter social, no simplemente personal. Ni que decir tiene que
otras especies realizan una labor técnica al modificar el ambiente de alguna u
otra manera, hecho que sólo se puede dar si la técnica puede ser aprendida y
transmitida por todo el grupo. Y en segundo lugar, esa estrategia está teñida, necesariamente y por principio, de
violencia y exclusión[8].
Todo esto significa que con la técnica se produce una separación, una división
entre aquello que queda dentro y aquello que queda fuera, y que para que se
mantenga esa separación se debe levantar una especie de frontera más o menos fuerte,
o sea, una línea fortificada que sepa mantener a sus elementos en su sitio, y
no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Una frontera, por tanto, que
no sólo instaura una línea de defensa o de ataque frente a las agresiones o
afanes de los propios y de los ajenos, sino que también regula tanto lo que
puede entrar y salir a través de ella. La técnica, por tanto, no se limita a
abrir caminos, sino que tiene una función claramente política, función que a
Heidegger, según Duque, le pasó desapercibida. Y esa función política se plasma en la
acotación de dos espacios: por un lado el espacio sagrado, el espacio limitado
que queda alejado de la gente común en
donde se celebra la acción cúltica[9],
y por otro, el espacio profano, el
excluido por ese "cercado" y a la vez pro-ducido, expelido y enviado
por él[10].
Es la técnica la que traza esa frontera, ese límite entre lo sagrado y lo
profano. Pero aunque la técnica está en ese límite, pertenece de suyo al ámbito
de lo profano, es la que crea mundo, ordena todo ese espacio dispuesto para el
uso.
Es en este contexto donde nos
situaremos para tratar de dilucidar los lugares de lo público y lo privado y
sus modulaciones tomando como punto de partida la antigüedad griega.
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