Entramos en la era del
capitalismo, y con él, se producirán ciertos cambios en la concepción
tecno-científica del mundo que afectarán, inevitablemente, a la concepción
política del mismo. En primer lugar, como nos descubre Duque, con Copérnico y Kepler se derrumba para
siempre la concepción geocéntrica del universo y, con ella, las coordenadas
político religiosas de un "arriba" (el cielo) y un "abajo"
(el negro seno de la tierra, el infierno cristiano) absolutos[1].
Esto supone que ya no hay espacios sagrados y que todo queda libre para ser
conquistado, para ser profanado. En segundo lugar, Descartes reduce la diversidad de lo ente mundano a pura continuidad
extensa[2],
lo que significa no ya la ruptura del límite entre lo sagrado y lo profano,
sino que ahora todo queda a disposición del hombre para ser manipulado, para
ser usado. Y en tercer lugar, ni que decir tiene que, como resultado de lo
anterior, la figura del técnico emergerá victorioso rotas las rejas que otrora lo
mantenían preso en la esfera privada. El técnico utiliza esa nueva masa del mundo para producir objetos útiles
e inéditos[3].
Con esto desaparece de los esquemas interpretativos la antaño división de la
vida en activa y contemplativa, ya no hay más vida que la productiva.
En este sentido, el auge de lo
social da como resultado un nuevo hombre, el hombre ilustrado que, por un lado,
nace como ciudadano de pleno derecho de una Nación a la que le exige que colme
todas sus aspiraciones y anhelos, y por otro lado, se descubre como miembro,
desde el punto de vista genérico, de la Humanidad. El hombre moderno, pues,
parece quedar liberado, de una parte, de las ataduras biológicas gracias al
desarrollo científico-tecnológico que colmaba las necesidades de subsistencia,
y de otra, y gracias al horizonte abierto por la revolución, de las estrecheces
de una vida sujeta a los imperativos dogmáticos de la tradición.
Es en este momento cuando
prolifera la construcción de espacios y monumentos de carácter público que den
cuenta de este nuevo hombre. De esa tarea se ocupa la maquinaria
tecno-científica del Estado, que a partir de decretos emanados de
constituciones y demás documentos de espíritu universalista, ofrecía un tipo de
articulación del espacio con la convicción de que el propio ciudadano
terminaría llenándolo de contenido. Pero, tal como apunta Duque, esta operación
resultó ser un fracaso por el mero hecho de que ese sujeto estaba ya internamente configurado y estructurado por las
leyes capitalistas del Mercado Libre: sujeto en efecto a ellas. (…) Porque el
poder que lo construye [se refiere al espacio público] emana de la “lucha por la existencia” sociodarwinista, de la
concurrencia feroz entre individuos y Corporations privadas[4],
es decir, que el individuo moderno estaba marcado por el interés privado, en
esencia contrapuesto al de otros individuos. En este tipo de lugares se consuma el proceso
de desacralización de la vida del hombre, el hombre se convierte en un vulgar
consumidor de objetos, tanto físicos como ideales. En este sentido, lo
interesante de todas estas construcciones públicas levantadas para el ciudadano
de pleno derecho, es que éste parece no cumplir la finalidad que los poderes
públicos habían destinado para él, es decir, que lejos de involucrarse de una
forma activa en la vida política de la Nación, tal como la Nación pretendía,
más bien el ciudadano se sumerge en los circuitos de entretenimiento y
diversión que ofrecen visitas guiadas a esos lugares a la manera de
peregrinaciones seculares, o incluso, se
desboca, tumultuoso, en airadas manifestaciones colectivas[5]
dirigidas contra ese mismo Poder que hizo posible ese lugar público. Así, de la
misma manera que el mundo se convierte en un conjunto de cosas que pueden ser trabajadas
de alguna manera por el propio hombre a través de toda una serie de aparatos y
máquinas, el mismo hombre, el individuo de carne y hueso, acabará subsumido en
esa misma maquinaria. Ni las ciencias humanas, sociología, psicología,
etcétera, podrán liberarse de una noción cosificada del sujeto, de la visión
del individuo que acaba por entregarse a esa maquinaria que es el Mercado
Libre.
Lo llamativo de todo esto es el
hecho de que la esfera pública ha cambiado por completo de coordenadas de
comprensión, de tal manera que sea más oportuno referirse a ella, siempre que estemos
sumergidos en la modernidad, como la esfera de lo social. Esta esfera, tal como
hemos apuntado en el anterior capítulo, quedó cubierta por actividades que
pertenecían de suyo a la esfera privada, o sea, la satisfacción de las
necesidades vitales de los individuos. Con lo social, en la mayoría de los casos,
esas actividades pasan a depender del Estado o Nación, pasan a depender de una
administración burocratizada que tiene como objetivo, por un lado, el de colmar
las necesidades de los individuos, y por otro, el abrir un espacio para el uso
de lo verdaderamente humano en el hombre que es el uso de la razón. Pero, como parece
desprenderse de la realidad acuciante, ni una cosa ni otra se lleva a cabo. Porque,
ni el paternalismo del Estado o Nación consigue adaptar las necesidades
universales del hombre, esas de las que se ofrece garante, a las necesidades
del hombre de carne y hueso, ni los espacios público-políticos que levanta
ofrecen la oportunidad de desarrollar una vida acorde con el interés público
teniendo en cuenta que los propios individuos están marcados por intereses
privados contrapuestos. En este contexto, tal como apunta Arendt:
Vivir
una vida privada por completo significa por encima de todo estar privado de
cosas esenciales a una verdadera vida humana: estar privado de la realidad que
proviene de ser visto y oído por los demás, estar privado de una “objetiva” relación
con los otros que proviene de hallarse relacionado y separado de ellos a través
del intermediario de un mundo común de cosas, estar privado de realizar algo
más permanente que la propia vida[6].
En este contexto de la
modernidad, esa falta de vinculación entre los individuos, es decir, de falta del
tipo de relación que va más allá de los acuerdos mercantiles o basados en la
lógica administrativa, produce el fenómeno de la soledad. La sociedad de masas,
como fruto de las instituciones público-políticas impersonales a gran escala,
no sólo destruye el lugar en el mundo donde desarrollar sus cualidades
específicamente humanas, es decir, la razón, sino que también el hogar privado
dónde, cuando menos, los excluidos del
mundo podían encontrar un sustituto en el calor del hogar y en la limitada
realidad de la vida familiar[7].
De esta manera, podemos suponer que el hombre, en relación con la animalidad,
no es débil porque tenga que buscarse la vida por el mismo, tal como parece
desprenderse del pensamiento neo-liberal actual, sino que el hombre se debilita
en el momento en el que se le quitan las herramientas o competencias básicas
para poder buscarse la vida por él mismo. Pero no son competencias que le
pertenezcan exclusivamente al propio individuo, sino que pertenecen de suyo al
conjunto de éstos, son, por tanto, herramientas de carácter social y conciernen
a un colectivo[8].
No es de extrañar que uno de
los efectos más llamativos de esta situación sea la necesidad de una opinión pública que tiene como función
la de ocupar ese lugar público para llenarlo de contenido, contenido que
pudiera servir de guía, de norma, para el propio individuo inmerso en este mundo
que le es ajeno. Aunque Duque llama a esta tendencia la penetración absoluta de lo público en lo privado[9],
evidentemente hay que entender ese lo
público a la manera que nos estamos refiriendo, bajo las coordenadas de lo
social. Pero a pesar de esa advertencia etimológica, lo que sí nos interesa, es
acentuar el cómo lo social, que nace como un movimiento desmesurado, sin
límite, de la esfera privada, se muestra incapaz de soportar las consecuencias
nefastas de semejante movimiento en el individuo concreto, en el hombre de
carne y hueso. Es en este contexto donde emerge, en cierto modo, la vida pública,
pero esta vez como fuerza que trata de escapar de los intereses privados
impuestos, bien los el Estado garante, o bien por la política empresarial. Es
decir, tal como apunta Duque, la vida
pública se configura sólo cuando los intereses privados de la intimidad
hogareña se ven amenazados (o al contrario, exaltados y reforzados) por la
administración estatal o por la política empresarial, y cuando en consecuencia
es preciso "echarse a la calle" para reivindicarlos o para celebrar
en su compañía su realización[10].
En este caso, frente al movimiento de la modernidad que lleva lo público, lo
que tiene que ser, la moral, la estética, y todos sus formas, al ámbito de lo
privado, el movimiento de la gente común, de lo que Don Agustín García Calvo
llama como pueblo[11], es el
de llevar lo privado a lo público, a la discusión pública, con el fin de que
sea tenido en cuenta. Es, en cierto sentido, llevar a la plaza pública aquello
que queda inutilizado en cualquier proceso de formalización. Porque es curioso
que lo sobrante no queda ahí inerte, como bien le gustaría que quedase
al Poder, esperando una nueva oportunidad de ser utilizado -reciclado- para cualquier
otra función -que es la esperanza del parado, del que ha quedado desclasado
porque así lo quiere la economía-, sino que tiende a emerger entre los
resquicios que deja todo proceso formalizador. El grado de formalización, o
sea, su intensidad y alcance, determinará la presión con la que ese resto no
formalizado tratará de escapar, de salir a la luz, de levantar su voz. Por
ejemplo, si la formalización ha sido chapucera, la presión que se ejerce sobre
lo no formalizado será poca, y por lo tanto, la violencia con la que se
manifestará lo sobrante será siempre débil. Por el contrario, si la
formalización es intensa, como lo es la Globalización, como ha sido la
modernidad, la presión a que es sometida el Pueblo, o sea, la Nada, es muy
acusada y la fuerza con la que logrará manifestarse en cualquiera de los
resquicios que deja aquella será descomunal.
En el sentido
que acabamos de asumir, lo privado, por tanto, haría referencia a todo lo que
no es Pueblo, a todo lo que no es Nada, o sea, al Ciudadano, al Carpintero, al
Músico, al Bombero, etc. Lo privado es cualquier acto de formalización, de
determinación de unas fronteras, la asunción de lo Posible frente a lo Imposible.
Lo que hemos venido diciendo antes como el resultado de la tarea técnica, del
corte. Lo privado, por lo tanto, se articula como un momento necesario para el
hombre, pero nunca debe obviar el otro momento, lo público, como fuerza
desestabilizadora y a la vez generadora de vida, que pone a prueba las
limitaciones de cualquier proceso de formalización. Es así que cuando
hablamos del uso de la razón pública nos tenemos que referir al momento en el
que el proceso de privatización, en el sentido antes descrito, es cuestionado
por unas fuerzas que han quedado al margen de ese proceso, que no han podido
ser asimiladas, y, por lo tanto, se quedan sin lugar, sin nada que salvaguarde
su subsistencia. En este sentido, son fuerzas desublimadas, descarnalizadas, y
por lo tanto, inservibles para el conjunto, en el caso del hombre, para el
conjunto de la sociedad.
Pero quizás podemos dar un paso más
en nuestra conversación en torno a lo público y lo privado en relación a esto
que acabamos de comentar entre la diferencia entre el pueblo y el ciudadano, o en
términos que Ricoeur[12],
entre el prójimo y el socius.
[1] Duque, Félix, Op. Cit. Pág. 40.
[2] Ibíd. Pág. 41.
[3] Ibíd. Pág. 42.
[4] Ibíd. Pág. 90.
[5] Ibíd. Pág. 90.
[7] Ibíd. Pág. 68.
[8] Ya comentamos en el primer capítulo sobre el
carácter social o comunitario de la técnica, que en este momento del diálogo
aparece bajo los vocablos herramientas o competencias. En este sentido conviene
enlazar con lo que ya decíamos en torno al mito de Prometeo y la desconfianza
de los gobernantes ante el poder de los technítes
y su interés en mantenerlos siempre en el lado de la esfera privada y no en
la esfera pública. Sin duda, los gobiernos tecnocráticos actuales ponen en
evidencia lo que venimos hablando a lo largo del trabajo, el cómo se ha
impuesto la administración privada o doméstica en todos los ámbitos de la vida
del individuo, lo que supone que el uso de la fuerza y la violencia quedan
justificadas en el gobernante ya que son los únicos medios para superar la
necesidad, o sea, mantener cierto nivel de vida de acuerdo con los modos de
producción existentes.
[9] Duque, Félix, Op. Cit. Pág. 99.
[10] Ibíd. Pág. 102.
[11] Cfr. García Calvo, Agustín, Contra el hombre, Madrid: Fundación de
estudios libertarios Anselmo Loreno, 1996. El pueblo en sí
no es nada. Como idea, se diluye como un azucarillo cada vez que tratamos de
asirlo, de cercarlo, de marcar su territorio. En definitiva, el pueblo termina
siendo la Nada, como imposibilidad de hacerse, de concretarse, como
imposibilidad de concepto.
[12] Cfr. Ricoeur, Paul, Historia y verdad, Madrid, Ediciones
Encuentro, 1990.
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