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En torno a... "El futuro de la revolución liberal" de Bruce Ackerman... 2


Aún así, Ackerman no pierde la esperanza en que aún pueda llevarse a cabo a soñada revolución liberal. Pero una revolución, además de tener salvar los peligros de la totalización, tal como apuntábamos antes, necesita de unas condiciones propicias para que se lleve a cabo, quiero decir, que hay momentos que posibilitan especialmente, que dan las condiciones idóneas, para que cualquier cambio inicie el camino que lleva, y utilizando terminología aristotélica, de la potencia al acto. Y uno de esos momentos es para Ackerman el año 1989 y la caída del muro de Berlín, acontecimiento con el que dábamos inicio a estas letras. Podemos decir que son momentos de crisis, en el sentido amplio del término, es decir, no sólo en el uso restringido de la economía. Ciertamente, las crisis pueden ser económicas, políticas, sociales, estéticas, religiosas, etc. Lo que todas tienen en común es que el esquema que sostenía una determinada forma de entender la economía, la política, la sociedad, etc., por lo que sea, ya no es capaz de servir de soporte, de marco de entendimiento. Es necesario tomar una decisión. Es lo que en otro contexto yo llamaba “momento de verdad”. Y, ¿cuál es el momento de verdad en ese año 1989? Antes de esa fecha el mundo se nos presentaba como una lucha entre dos fuerzas antagónicas, el capitalismo Occidental y el comunismo del Este. Y ese marco servía como modelo ideológico para interpretar las acciones de las personas. En este sentido, no me resisto a recordar una serie de mi infancia, Erase una vez el hombre... serie que volví a recordar con mis hijos ya entrado el siglo XXI. Recuerdo perfectamente el capítulo dedicado a la Grecia antigua, cuna de la democracia, y en especial cuando hablaba de los atenienses y los espartanos. A la hora de caracterizarlos, se ve claramente cómo los atenienses poseían las características ideales del hombre occidental mientras que los espartanos poseían todas las características ideales del hombre comunista. Esta misma caracterización fue la que nos hizo mi profesor de filosofía de COU por aquella época de “estudiante tunante” al referirse a Atenas y Esparta cuando contextualizaba los inicios de la filosofía.

Bien, todo esto puede parecer algo simplista, pero, sin duda, hay algo de verdad. Cuando tendemos a explicar algo a un profano en la materia, solemos sugerir ejemplos sencillos (...es cómo..., … imagínate esto..., etc.), y todos esos ejemplos, todas esas traslaciones, son posibles gracias a una estructura ideológica que marca el punto de partida de toda comprensión, de todo entendimiento. Por lo tanto, podemos decir de la caída del muro de Berlín supuso la apertura de un momento de crisis ideológica, es decir, una invitación a que las ideas que teníamos del mundo deben ser renovadas, porque el mundo que antes nos servía como marco de comprensión de toda nuestra realidad, de golpe y porrazo ha desaparecido, y toca hacerse con las riendas, instaurar un nuevo sentido, otro marco de interpretación. Y es así como parece interpretar ese momento histórico Ackerman: “el año 1989 puede y debería servir como el comienzo de una era en la cual los liberales nuevamente vayan por el mundo con la sensación de una oportunidad revolucionaria”1.

Es interesante percibir cómo esa necesidad de superar el marco de comprensión previo a la caída del muro de Berlín supone no sólo marcar las distancias con respecto a la ideología marxista, sino también sobre su contrario, la ideología neoliberal, la del laissez faire. Según Ackerman, “el liberal no puede confiar en que la mano invisible conduzca la empresa revolucionaria por el camino histórico siempre hacia el mejor de los casos posibles”2. Por lo tanto, ni revolución total ni antirrevolución, más bien podríamos hablar que Ackerman aboga por una apropiación liberal de las revueltas populares.

Quizás puede sonar excesivo el aplicar la terminología de lucha de clases en la revolución liberal que propugna Ackerman en este libro, pero yo no me resisto a ello en el momento que sale a la luz la movilización de las masas. Y es que, para nuestro autor, “si los liberales conceden a los nacionalistas un monopolio sobre la movilización de masas, estarán cavando su propia tumba”3. Puede resultar extraño que un liberal hable de movilización de las masas, pero es que la lucha que se desarrolla en un cuerpo social es una lucha de clases, y es una lucha de los que quieren cambiar las cosas, sean unos fervientes liberales o unos forofos, como yo, del marxismo.
1Ibíd. Pág. 31.
2Ibíd. Pág. 34.
3Ibíd. Pág. 48.

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