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En torno a... "El futuro de la revolución liberal" de Bruce Ackerman... y 3


Es evidente que cuando nos enfrentamos a un proceso de cambio nos preguntemos el hacia dónde queremos llegar (pregunta que afecta al orden subjetivo), el qué pretendemos conseguir (que afecta al orden objetivo) y con qué medios quiero llevarlo a cabo (que afecta al orden material). Todas ellas, en su conjunto y en un principio, tienen un carácter vago, inconsistente, y sólo poco a poco se van trabando, van tomando forma definida. Pero quizás haya que tener en cuenta que esas preguntas pertenecen, se hayan incluidas, al mismo proceso revolucionario, son parte intrínseca, son los campos de batalla donde la revolución se juega “las habichuelas”. En este sentido, es oportuna la pregunta que se hace el propio Ackerman en relación a lo que los propios países del Este, que eran, ciertamente, los verdaderos protagonistas del cambio, les pasaba por la cabeza en el contexto de la caída del muro de Berlín. Aunque nuestro autor asume que las causas de la caída del bloque comunista son variadas, por ejemplo, la religión en Polonia, el nacionalismo en todas partes, sin duda parece no tener duda de que “en alguna medida Europa Occidental y los Estados Unidos sirvieron como modelos” a esos países. Pero, “¿qué fue lo que les atrajo?, ¿su liberalismo o simplemente su riqueza? ¿Fue su promesa de libertad o su propaganda de paraíso consumista?”1.

Quizás esa pregunta es difícil de responder porque, en verdad, ¿cuando uno está metido de lleno en un proceso de cambio, está tan claro el dónde, el cómo y el qué? En mi opinión, no. Sin duda, porque pensar en que “sí” sugiere la idea de que el cuerpo social tiene una percepción cabal de lo que quiere, es decir, es abogar por la homogeneidad de una sociedad concreta, y esto, creo, es mucho suponer. Pero no queremos decir con ello que no sea posible un cuerpo social cohesionado, sino que en eso consiste un proceso de cambio, de revolución, que la cohesión de un grupo cada vez está más rota, fragmentada, y que es necesaria una re-actualización, una vuelta a la seguridad de la consistencia.

Como se ve, la lucha de clases, el hacer que la masa se sume al proyecto liberal, o sea, que el liberalismo gane “corazones y mentes”, se convierte en una prioridad. Y para esta lucha, Ackerman ve necesario que las élites liberales se centren en el aspecto objetivo de su ideología, en lo que hemos venido llamando las condiciones objetivas del liberalismo, la justicia. Ackerman tiene claro que, por sí solas, las condiciones materiales, el libre mercado, y las subjetivas, la libertad sin coacciones, no podrían desarrollarse plenamente. Podríamos decir que, sin la justicia, el libre mercado derivaría en la perversión de la sociedad consumista, y que el libertad sin coacción se reduciría al mero acto de meter un voto en la urna. De ahí la importancia que le otorga a la constitución, a ese marco legal en el que se concreta la idea de justicia. Así, para Ackerman, “promover el constitucionalismo como primera medida en la agenda política hará volver luego el discurso político hacia una dirección liberal”2. Y eso supone, para los países del Este y su recién conquistada autonomía política, la necesidad imperiosa de crear ese marco objetivo que logre desmarcarse de las servidumbres del antiguo régimen. Sin esa acción decisiva, por tanto, “la dimensión liberal del objetivo revolucionario puede sufrir una gran erosión aun sin una masiva reacción antiliberal de la población en general”3.

La tarea es complicada, como bien dice Ackerman en torno al constitucionalismo, la revolución liberal se encuentra con dos alternativas: “o bien intentar una formulación integradora de sus principios revolucionarios, o contentarse con una serie de modificaciones ad hoc de los viejos textos comunistas”4. Evidentemente, la segunda opción se tendría que descartar ya que “muchos principios y prácticas autoritarias heredadas del viejo régimen pueden escapar al proceso de modificación ad hoc, aun cuando hayan sido rechazados en una revisión integradora”5. Ciertamente, Ackerman apuesta por la primera opción que, por una parte, como apuesta integradora, puede servir como “símbolo central” del logro revolucionario, como una especie de “patriotismo ilustrado”, y por otra parte, y esto es una cuestión más de pragmatismo político, la élite política que participa en esa negociación encontrará más dificultades para “instrumentalizarla”, para servir de ella con fines partidistas.

Sirvan estas líneas como agradecimiento a mis amigos liberales...

1Ibíd. Pág. 71.
2Ibíd. Pág. 72.
3Ibíd. Pág. 56-57.
4Ibíd. Pág. 67.
5Ibíd. Pág. 67.

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