2.
Variación I
Lupasco,
en su libro Las tres
materias, distingue,
frente a la materia microfísica, otros dos tipos, la macrofísica y
la biológica. La materia microfísica se caracteriza porque todo
acontecimiento se puede presentar en forma de corpúsculo o en forma
de onda, es decir, “el acontecimiento participa de los valores de
discontinuidad que presenta la noción de corpúsculo y de los
valores de continuidad que presenta la noción de onda”. Este hecho
hace que esos dos valores, aunque contradictorios -¿cómo podemos
decir que una cosa es y no es a la misma vez?, ¿en qué quedamos, es
continuo o discontinuo?- no se puedan separar. Es así que si yo
pretendo analizar un átomo y todos sus elementos como si fuera un
corpúsculo nos encontramos que cada vez encontramos mayores
dificultades para “localizarlo” como corpúsculo. De la misma
manera, si pretendemos estudiarlo como onda nos encontramos con que,
cada vez que intentamos acercarnos más es él, su comportamiento es el de un
corpúsculo1. La materia microfísica, por tanto, se fundamenta sobre un antagonismo sistematizante, es decir, aquel
que mantiene en igualdad de fuerzas tanto “la onda” como “el
corpúsculo”.
Las
otras dos materias -macrofísica y biológica- surgen al separarse o
desprenderse de esa configuración microfísica. Ese desprendimiento
sólo se puede realizar por dos caminos o direcciones, los que
insinúan la onda, por un lado, y el corpúsculo, por otro, y a razón
de un debilitamiento del antagonismo sistematizante. Así, como ese debilitamiento puede ser tanto de onda
como de corpúsculo, el desprendimiento puede tomar dos direcciones.
Por un lado, la dirección homogeneizante y basada en el segundo
principio de la termodinámica, la dirección de la materia
macrofísica (homogeneizante porque tiende a la desaparición, a la
nivelación, al máximo nivel de entropía2),
y por otro lado, la dirección heterogeneizante y basada en el
principio de exclusión de Pauli, la dirección de la materia viva
(heterogeneizante porque tiende a la creación, a la
impenetrabilidad, al cerramiento de cualquier acontecimiento3).
Pero,
en cierto modo, los dos caminos llevan al mismo sitio. Tanto la
homogeneización como la heterogeneización culminan en lo que
podríamos llamar un proceso de disolución en el que “el todo”
(la homogeneización o la heterogeneización, a elegir entre las dos)
priva de sentido a todo. Así, y volviendo a Adorno y a la relación
Schönberg/Stravinsky, lo que parecen propuestas extremas
contrapuestas, da lugar a lo mismo, al todo vale. No tiene mas
remedio Adorno que pensar que “algún día los acordes tonales
alienados, montados juntos, de Stravinsky y la sucesión de sonidos
dodecafónicos cuyos hilos de unión por así decir se cortar por el
orden del sistema no sonarán tan distintos como hoy en día se
perciben”4.
Queda,
por tanto, determinar en qué sentido la música de Schönberg tiende
a la homegeneidad y la de Stravinsky a la heterogeneidad extremas.
Esto en próximas entradas.
(...)
1Podríamos
recurrir a analogía del hombre. Éste puede ser estudiado desde dos
puntos de vista, el del propio individuo y el de la clase social, o
clases, a la que pertenece. En la medida que estudiamos al hombre
como individuo, empezaremos a encontrar dificultades, nos asaltarán
datos que tienen que ver con el punto de vista de clase. Pero si,
por el contrario, analizamos al hombre por la clase social en la que
está inmerso, pasará la contrario, que cada vez nos asaltarán
datos que confirman nuestra realidad individual. Entonces, ¿en que
quedamos? La verdad es una contradicción.
4Ibíd.
Pág. 68.
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