5.
Por
todo lo anterior, es lógico que para Ortega el problema de España
no sea un asunto ético, como pueda ser una situación de inmoralidad
que afectaría al funcionamiento de nuestras instituciones. El
problema, sería, más profundo y afecta a las tendencias
aristocráticas o plebeyas de la propia nación. En este contexto,
uno de los esfuerzo de Ortega en este texto es poner en claro el en
qué consisten esas tendencias. Estas tendencias o energías, lejos
de concretarse en clases sociales reales, actuarían de manera
“transversal”, si se me permite el término, a través de cada
una de las clases sociales que componen la nación. Así, si, como
dice Ortega, “en España vivimos entregados al imperio de las
masas”1,
eso no significa que gobiernen las masas proletarias. Para él sucede
todo lo contrario, en España hablamos de otro imperio, el “de las
masas con mayor poderío: las de clase media y superior”2.
Así, las clases que, en cierto modo, podemos considerar como
aristocráticas, clases más elevadas, son ellas las que se hayan
“manchadas” de esa tendencia niveladora, plebeya. Podemos
suponer, y aquí quizás damos un paso más allá que el dado por
Ortega,
que esta nueva masa sostiene a otro tipo de aristocracia, una
aristocracia que no tiene nada que ver con la que han soñado los
grandes filósofos que se han preocupado por el tema, como Platón y
el propio Ortega.
Ese
quizás es el problema de España, que ha pasado a formar parte de la
masa en un nuevo mundo donde priman otras jerarquías, otra
aristocracia. Pero en cualquier caso, no todo está perdido, o por lo
menos, la historia nos brinda oportunidades para poder volver a coger
esa tendencia, ese “tren de las 12”. Es por ello que Ortega se
atreve a ser optimista.
Percibe, y no es extraño que así lo sea, tal como hoy en día
podemos atestiguar, que el mundo moderno visos de sucumbir. Ante esta
situación, que no viene dada por un acontecimiento concreto, sino
por una tendencia, España no le queda otra que aprovecharse y
sumarse al carro. Esta idea no es ajena a la intelectualidad de la
época. Por ejemplo, en otro contexto, el musicólogo Vicente Salas
Viú:
La
música está hoy en esos momentos en que se liquida toda una etapa y
comienza el orto de un nuevo ciclo. ¿Es éste tal vez un retorno a
la supremacía latina, después de pasados tres siglos en los que los
mayores valores de la música han sido centroeuropeos?3
Esperanza
que, como todos sabemos, pronto terminaría por deshacerse. Si
seguimos por la vereda de lo musical, Manuel de Falla, uno de
“nuestros hombres” de los que habla Ortega, se fue para no
volver, digamos, no volver vivo.
Hoy,
más que nunca, sabemos que el camino no consistió en una
reorganización de los poderes de las naciones, de sus tendencias,
aristócratas o plebeyas, sino que esa reorganización se situaba en
otra dimensión, más global, que sitúa las fuerzas aristócratas
fuera del marco de las naciones modernas, más allá del bien y del
mal, que diría Nietzsche. Hablamos de un paisaje global marcado por
los circuitos de alta y baja cultura. Pero esto ya es otro tema.
1Ibíd.
Pág. 102.
2Ibíd.
Pág. 103.
3Vicente
Salas Viú, “Más o menos música Española. Traba del folklore y
holgura de lo sinfónico en nuestro arte”, en Cruz y raya,
Pág. 76.
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