3.
Sobre
el fenómeno del particularismo, podríamos distinguir, en cierto
modo, dos dimensiones: una horizontal,
que hace referencia a los asuntos, por así decirlo, de construcción
de unos límites territoriales basados en ciertas especificaciones
biológicas, lingüísticas, o de cualquier otra clase, de un cuerpo
social, en nuestro caso, una nación; y otra vertical,
que hace referencia a la construcción de las relaciones entre los
elementos, hablamos de clases sociales, de ese mismo cuerpo social.
Desde
el punto de vista horizontal, la decadencia de España se sitúa en
el nivel de la pérdida progresiva de territorios. Así, lo que a
partir de la unificación de Castilla fue la incorporación de cada
vez más territorios en torno a, lo que hemos dicho antes, un
proyecto sugestivo de vida en común, inicia el periodo de decadencia
a partir del reinado de Felipe II:
De
1580 hasta el día cuanto en España acontece es decadencia y
desintegración. El proceso incorporativo va en crecimiento hasta
Felipe II. El año vigésimo de su reinado puede considerarse como la
divisoria de los destinos peninsulares. Hasta su cima, la historia de
España es ascendente y acumulativa; desde ella hacia nosotros, la
historia de España es decadente y dispersiva1.
Pero
ya hemos dicho que hay otra clase de particularismo, de carácter
vertical. Este tipo de particularismo es, en cierto modo, un problema
que viene de la mano del proceso de incorporación “horizontal”.
Cada vez que una sociedad crece, horizontalmente hablando, se
origina un proceso diferenciador de funciones sociales, de
complicación de las relaciones entre las personas que componen ese
grupo social. En definitiva: “el proceso de unificación en que se
organiza una gran sociedad lleva el contrapunto de un proceso
diferenciador que divide aquella en clases, grupos profesionales,
oficios y gremios”2.
Pero,
y esto es importante, como los fenómenos de clase van parejos a ese
crecimiento horizontal de la sociedad, cada grupo, o clase, nunca
nace como algo absoluto, sino como parte de ese absoluto. Todos están
co-implicados, se necesitan mutuamente, por tanto, no hablamos sino
de una relación es modal entre las diferentes dimensiones. En este
sentido, cada clase, en cierto modo es autónoma, y así debe ser,
pero no puede obviar esa tendencia, o sea, ese verse parte de esa
tendencia que la une a otras clases, entre las cuales se ha
reproducido, ha nacido y se ha desarrollado. Y es evidente que cuando
una parte pierde ese horizonte, termina desgajándose,
particularizándose, o lo que decimos vulgarmente, que cada parte
termina yendo a su propio avío. Por eso, para Ortega, la
característica de una sociedad particularizada es su falta de
elasticidad3,
en la que todo lo disgregado, todo lo roto, ha perdido su relación
con el todo.
Desde
el punto de vista disposicional, el método de actuación del
particularismo es la acción
directa. De este
método ha dado cumplida cuenta el pensamiento marxista cuando habla
de ideología pequeño burguesa. En la medida de que el
particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener
por qué contar con los demás, la necesidad de conseguir lo que
deseamos, anhelamos, no se busca, entonces, a través de un acuerdo
con los demás, sino a través de la acción directa. Y ésta, pese a
quien le pese, no se circunscribe a “cierta táctica de la clase
obrera”, sino que tiene su ámbito de acción en todas las clases
sociales que componen el cuerpo social, o lo la nación.
1Ibíd.
Pág. 57.
2Ibíd.
Pág. 66.
3La
“elasticidad” es la característica de la sociedad en la que las
partes se sienten partes de un todo.
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