Quizás
una de las películas que puede mostrar con más claridad, desde el punto de
vista estético, la apropiación de la ley que realiza el sujeto es El Ángel
Exterminador de Luis Buñuel. Ya hemos referido en otro lugar sobre la
apropiación que se realiza a partir del plusvalor de la ley. ¿Qué aporta la
ley? Seguridad a los sujetos que se hallan inmersos en un cuerpo social. Pero
ese plusvalor, que pasa por el sujeto, como encarnación de esa contradicción básica
que es la polaridad comunidad/legalidad, puede no ser revertido al cuerpo
social y verse así acumulado en el propio sujeto en forma de exceso de fuerza
de la ley. Sin duda, para un cineasta como Buñuel, la clase social que encarna
ese tipo de apropiación de la legalidad que no revierte en la comunidad es la
burguesía. Pero, más allá de que sea o no acertada la visión de Don Luis, demos
paso, con la ayuda de wikipedia, a la sinopsis de la película y tratar de
aportar alguna idea al respecto:
“Un grupo de burgueses de la
ciudad de México es invitado a una cena en la mansión de los Nóbile después de
asistir a la ópera. Mientras, los sirvientes y los cocineros sienten muchos
deseos de abandonar la mansión y se marchan. Al terminar la cena, los invitados
se dan cuenta de que no pueden salir de la habitación por una razón misteriosa
totalmente desconocida, aunque aparentemente no hay nada que se los impida. A
medida que van pasando los días, el alimento y la bebida empiezan a escasear,
los anfitriones y los invitados enferman, la basura se acumula y duermen donde
pueden. A partir de ese momento, la etiqueta, las buenas costumbres y la
cordialidad poco a poco se acaban perdiendo y los burgueses se comportan como
auténticos salvajes.” (Consultado en https://es.wikipedia.org/wiki/El_%C3%A1ngel_exterminador el 4/11/2015)
Pecaríamos
de cierta trivialidad si consideráramos solamente el aspecto descriptivo de la
película. Conviene, por tanto, definir el lugar teórico de diferentes momentos
de esta película con el fin de situar la raíz de esa degeneración que se
produce por la acumulación desproporcionada del plusvalor que genera la ley. En
este sentido, el momento en el que el grupo de burgueses no pueden salir a la
calle por causas misteriosas no señala más que la otra cara del comportamiento
burgués, aquel que se caracteriza por no querer arriesgar lo más mismo su
posición de clase acomodada. Y para ello, el burgués recurre a la ley, es
decir, se ampara en la propia ley. Este fenómeno es muy usual en el
funcionariado docente que, ante cualquier problema en el aula, suele escudarse
en la ley para no atender a las necesidades de los demás, normalmente sus
alumnos. Vemos, pues, en qué consiste el uso deshonesto de esa apropiación de
la ley, en el no revertir el plusvalor de la ley a la comunidad para, así,
poder hacer un uso particular de él.
Por
tanto, esa fuerza misteriosa no es más que el reverso de su conducta usual, de
su conducta convencional. Pero sería arriesgado asumir que este tipo de
conducta es exclusiva de una clase como la burguesa. Todo lo contrario. Aquí
hablamos de la propia condición humana, en general, más allá de que aparezca
bajo el disfraz de un interés de clase concreto, el burgués.
En
cualquier caso, otro de los aspectos importantes es la huida de todos los
sirvientes, de todos menos uno. Este hecho viene a confirmar lo que hemos dicho
antes en torno a la apropiación deshonesta. En la medida de que es la burguesía
la que se está apropiando de ese plusvalor que genera la ley para su provecho,
es lógico que sea la misma burguesía la que sufra los rigores de ese
“embotamiento” de la legalidad. En este sentido, y volviendo al ambiente
académico, no es de extrañar que cuando el profesorado hace un uso deshonesto
de ese plusvalor de la ley, reciba como contrapartida el distanciamiento de sus
alumnos y de toda la comunidad educativa en general.
Un
tercer momento importante es cuando, por fin, salen del salón, pero terminan
encerrándose de nuevo en la Catedral. Aquí lo que se pone en evidencia es que,
si bien es posible escapar, es decir, superar sus problemas, en la medida en
que seguirán con sus mismas rutinas, los problemas a los que se enfrentarán en
adelante serán mayores, y afectarán a cada vez más gente, porque son más los
que terminan encerrados en esa Catedral en comparación con los que se
encerraron en el Salón de un hogar burgués.
Podemos
concluir, por tanto, que es la misma fuerza de la ley la que genera la
imposibilidad de poder tomar una decisión, por simple que sea, como la de salir
a la calle (¿qué o quién lo impide?). La ley, si bien tiene la facultad de
mantener unida a la sociedad, también la puede matar. Pero no es que la ley
tenga esa capacidad, sino que es el propio sujeto el culpable en la medida en
que opta por un tipo de relación con ella. Quizás el mito de Orfeo refleje más que nada la problemática de la relación
entre el sujeto y la ley. Y más en concreto, el momento en que Orfeo, después
de conseguir la gracia de los dioses al permitírsele sacar del reino de los
muertos a su amada Eurídice, y bajo la condición de no mirarla hasta que no
llegase al mundo de los vivos, el pobre no tiene otra cosa que mirar hacia
atrás para asegurarse que le seguía, en otras palabras, no tuvo otra cosa mejor
que hacer que dudar. El que se apropia del plusvalor de la ley le sucede lo
mismo, ante cualquier problema, duda que la ley esté ahí, y por eso tiene que
estar todo el rato invocándola. Pero en el momento que se la invoca, la ley es
implacable, y lejos de ayudarte, te ahoga.
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