
“Un grupo de burgueses de la
ciudad de México es invitado a una cena en la mansión de los Nóbile después de
asistir a la ópera. Mientras, los sirvientes y los cocineros sienten muchos
deseos de abandonar la mansión y se marchan. Al terminar la cena, los invitados
se dan cuenta de que no pueden salir de la habitación por una razón misteriosa
totalmente desconocida, aunque aparentemente no hay nada que se los impida. A
medida que van pasando los días, el alimento y la bebida empiezan a escasear,
los anfitriones y los invitados enferman, la basura se acumula y duermen donde
pueden. A partir de ese momento, la etiqueta, las buenas costumbres y la
cordialidad poco a poco se acaban perdiendo y los burgueses se comportan como
auténticos salvajes.” (Consultado en https://es.wikipedia.org/wiki/El_%C3%A1ngel_exterminador el 4/11/2015)

Por
tanto, esa fuerza misteriosa no es más que el reverso de su conducta usual, de
su conducta convencional. Pero sería arriesgado asumir que este tipo de
conducta es exclusiva de una clase como la burguesa. Todo lo contrario. Aquí
hablamos de la propia condición humana, en general, más allá de que aparezca
bajo el disfraz de un interés de clase concreto, el burgués.

Un
tercer momento importante es cuando, por fin, salen del salón, pero terminan
encerrándose de nuevo en la Catedral. Aquí lo que se pone en evidencia es que,
si bien es posible escapar, es decir, superar sus problemas, en la medida en
que seguirán con sus mismas rutinas, los problemas a los que se enfrentarán en
adelante serán mayores, y afectarán a cada vez más gente, porque son más los
que terminan encerrados en esa Catedral en comparación con los que se
encerraron en el Salón de un hogar burgués.
Podemos
concluir, por tanto, que es la misma fuerza de la ley la que genera la
imposibilidad de poder tomar una decisión, por simple que sea, como la de salir
a la calle (¿qué o quién lo impide?). La ley, si bien tiene la facultad de
mantener unida a la sociedad, también la puede matar. Pero no es que la ley
tenga esa capacidad, sino que es el propio sujeto el culpable en la medida en
que opta por un tipo de relación con ella. Quizás el mito de Orfeo refleje más que nada la problemática de la relación
entre el sujeto y la ley. Y más en concreto, el momento en que Orfeo, después
de conseguir la gracia de los dioses al permitírsele sacar del reino de los
muertos a su amada Eurídice, y bajo la condición de no mirarla hasta que no
llegase al mundo de los vivos, el pobre no tiene otra cosa que mirar hacia
atrás para asegurarse que le seguía, en otras palabras, no tuvo otra cosa mejor
que hacer que dudar. El que se apropia del plusvalor de la ley le sucede lo
mismo, ante cualquier problema, duda que la ley esté ahí, y por eso tiene que
estar todo el rato invocándola. Pero en el momento que se la invoca, la ley es
implacable, y lejos de ayudarte, te ahoga.
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