Quizás
unos de los ejemplos que plasman de una manera realista lo que hemos
trabajado en torno a la novela El
Proceso y la
película El Ángel
Exterminador sea el
de El Jugador.
El jugador de ruleta muestra una fe ciega en la ley objetiva,
implacable y descarnada del juego a la hora de enfrentarse a sus
problemas, a sus cuestiones vitales y personales. Por otro lado, el
atractivo de la ley es precisamente ese, como fuerza objetiva,
desubjetivizada, siempre abriga en el sujeto la esperanza (tengo la
corazonada- diría el jugador) de que la ley, las reglas del juego,
siempre pueden ser dominadas a su favor. Pero eso es siempre una
proyección que realiza el sujeto. El sujeto subjetiviza la ley, la
hace suya, pero la llena de sus propios contenidos a través de su
subjetividad, y si éste sujeto no asume el problema que le atenaza,
la ley lo único que hace es reflejar esa imposibilidad, pero ya de
una manera objetiva, implacable y mortal.

Otro
aspecto importante que ayuda a esa falsa subjetivación de la
objetividad sería la referencia a contenidos de lo que nosotros
llamamos el polo comunitario. Ese sería otro de los pilares de la
novela de Dostoieski. Se habla mucho del ruso, del francés, del
inglés, como formas típicas o caracteres de subjetividad. El
jugador constantemente apela a ese hecho, al carácter ruso de su
personalidad. Este hecho no es baladí. Tal como venimos diciendo
últimamente, la actualización de un modo de enfrentarse a la ley
sólo se sostiene a través de la potencialización del polo
contrario, el comunitario, que vendría determinado por un tipo
concreto de objetivación de la subjetividad, de repertorialización
de la disposicionalidad, es decir, si el sujeto se entrega a la ley
objetiva es gracias a la objetivación de su propia subjetividad. Él
deja de ser un sujeto independiente, una persona, para ser un simple
ruso, un ideal, y como ideal, se consume, desaparece.
Y
todo esto nace, como hemos dicho al principio, de la propia
impotencia del sujeto a la hora de enfrentarse a sus problemas y,
ciertamente, en esto hay una gran dosis de romanticismo en esta
novela. El jugador se entrega al juego por amor, por amor a Pollina:
“por ti hago lo que quieras”. Así pues, en el momento en el que
Pollina entra en el juego que plantea el protagonista (¿de veras vas
a hacer lo que yo quiera?), o sea, acepta el juego, es el
protagonista, Alekséi Ivanovich, el que ve validado su propio juego.
No es el juego de Pollina, sino que ésta ejerce su rol en el juego
planteado por Ivanovich. Él cree, por tanto, jugar el juego de
Pollina (si hace lo que pide, gana, y si no, pierde) sin entender que
es su propio juego, y que pierde en la medida de que Pollina consigue
ganar. Y así sucedió aquella noche en la que se hizo con esa
ingente cantidad de dinero. En la medida en que Ivanovich ganaba en
la ruleta el dinero suficiente para que Pollina se desligara del
francés, ésta ganaba el juego, o lo que es lo mismo, el propio
Ivanovich perdía. Esa es la razón por la que Pollina terminó
tirándole todo el dinero a la cara y se fue, despechada, con el
inglés.
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