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En torno a... "El Proceso" de Franz Kafka... 3


 3. Titorelli y la absolución
Por lo dicho, la absolución, o sea, la remisión de los pecados, también se situaría en diferentes estratos del ser. Así, encontraríamos dos tipos de absoluciones, la real, la que tiene que ver con el pecado original, y la aparente, que tendría que ver con los pecados vinculados a un conjunto de categorías y valores concretos. Y así es como se le hace saber Titorelli a K..., pero no sólo eso, también le ofrece otra posibilidad, la prórroga ilimitada. Pasamos a referirnos a cada una ellas.
En cuanto a la absolución real, no hay nada ni nadie que pueda determinarla. Se basa exclusivamente en la inocencia del acusado, es la única que puede provocarla. Evidentemente, hablamos de un tipo de absolución imposible en la medida de que el sujeto, desde el punto de vista ontológico, es un ser ya marcado por el pecado. Es por ello que sólo pase por el propio sujeto. En ese sentido, porque sólo la inocencia del sujeto puede determinarla, cualquier ayuda es vana. Como le dice Titorelli a K..., “en ese caso no tiene necesidad de mi ayuda ni la de nadie”. Aquí vemos claramente como Kafka juega con los dos estratos, habla desde el punto de vista ontológico pero utilizando un lenguaje categorial y axiológico determinado. K... no puede recibir ayuda del Otro por la sencilla razón de que no está en juego cualquier disputa en relación con las categorías y los valores que organizan o estructural la vida con los demás, sino la propia humanidad encarnada en él. El sujeto de carne y hueso (la singularidad) carga con el pecado original (la universalidad), y esta contradicción está encarnada en el Yo, ya entendido como persona (la particularidad), no como la absoluta materialidad, es decir, la carne y el hueso.
De este modo, habría que afirmar que, desde que el hombre es hombre, nunca ha habido una absolución real. Aquí, si bien Titorelli afirma que nunca la ha visto ninguna absolución real a pesar de su dilatada experiencia, tampoco se atreve a afirmar lo contrario rotundamente. Pero esto no es más que un recurso para mantener la incertidumbre en la novela, es decir, para que la fuerza que mueve al personaje siga manteniéndose intacta a pesar de que él mismo no se mueva del sitio. Aquí la imagen que nos sirve para ejemplificar esto es la del típico sueño en el que corremos desesperadamente pero somos conscientes que no avanzamos. Es ese, precisamente, el movimiento que sostiene la novela, un movimiento quieto.
En cuanto las otras soluciones, podríamos considerarlas como complementarias. Las dos no suponen la absolución real, sino que muestran las dos maneras de salvar la imposibilidad de absolución real. La absolución aparente, tal como la define Titorelli, necesita un gran esfuerzo momentáneo y violento, mientras que la prórroga ilimitada supone un trabajo pequeño pero continuo. Pero, yendo un poco más allá, las dos soluciones tienen en común el que se sitúan en el ámbito categorial-axiológico, es decir, el estrato Irreal, con lo cual, cada una de estas soluciones viene a definir una actitud o relación concreta con las categorías y los valores en los que se está inserto.
Ni que decir tiene que la absolución aparente tiene grandes similitudes con los procesos revolucionarios. Esos son, precisamente, los momentos en los que los sujetos sienten la inestabilidad del suelo donde pisan, o lo que es lo mismo, los momentos en los que se plantean con insistencia el problema fundamental de la condición humana, el ¿a dónde?, el ¿cómo?, el ¿cuándo?... y esas son las preguntas de la acusación. Todo sujeto que se siente acusado, o sea, impelido a asumir como suyo ese ¿a dónde?, ese ¿cómo?, ese ¿cuándo?... tiene que hacer participe a todos los demás de ese ¿a dónde?, de ese ¿cómo?, de ese ¿cuándo? Evidentemente, no todos sentirán simpatías por esas ideas, pero sólo se necesitan las suficientes fuerzas para llevarlas a cabo. Una vez conseguidos los suficientes apoyos, “cuando haya reunido con mi declaración el número suficiente de firmas”, dice Titorelli, justo en ese momento, el juez que instruye el caso, por ejemplo la revolución rusa, no tiene mas remedio que darle la absolución, en este mismo ejemplo al partido bolchevique, una absolución siempre aparente porque el sujeto puede, en cualquier otro momento, encontrase con otro momento “revolucionario”. Aquí, efectivamente, cuando tomamos el ejemplo de la revolución bolchevique, insistimos en no considerar la pertinencia o valía de las ideas que trataron de instaurar. Más bien decimos que el partido bolchevique, en cierto modo, logró imponer su fuerza al juez que instruía ese caso, se impuso a la historia para bien o para mal.
La prórroga ilimitada, por otro lado, sería el reverso de la absolución aparente. En este caso de lo que se trata es de no sentirse aludido. En el momento en el que el sujeto se siente impelido por una situación concreta, o sea, se siente acusado, la actitud es la de posponer una toma de decisión, de dejarse llevar. Sólo así la acusación, o cómo dice Titorelli, el proceso en su primera fase, se detiene, se estanca, no avanza. Esto implica la obligación de estar “en contacto constante con la justicia”. Quizás unas de la imágenes más destacadas de la novela sea esa, la de esas personas que pacientemente aguardan en las salas de espera de las oficinas burocráticas. Y la descripción más acertada es la del comerciante, Block, que aguantaba, pacientemente, a que fuera atendido por su abogado, el abogado de pobres Huld.

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