3.
Titorelli y la absolución
Por
lo dicho, la absolución, o sea, la remisión de los pecados, también
se situaría en diferentes estratos del ser. Así, encontraríamos
dos tipos de absoluciones, la real, la que tiene que ver con el
pecado original, y la aparente, que tendría que ver con los pecados
vinculados a un conjunto de categorías y valores concretos. Y así
es como se le hace saber Titorelli a K..., pero no sólo eso, también
le ofrece otra posibilidad, la prórroga ilimitada. Pasamos a
referirnos a cada una ellas.
En
cuanto a la absolución real, no hay nada ni nadie que pueda
determinarla. Se basa exclusivamente en la inocencia del acusado, es
la única que puede provocarla. Evidentemente, hablamos de un tipo de
absolución imposible en la medida de que el sujeto, desde el punto
de vista ontológico, es un ser ya marcado por el pecado. Es por ello
que sólo pase por el propio sujeto. En ese sentido, porque sólo la
inocencia del sujeto puede determinarla, cualquier ayuda es vana.
Como le dice Titorelli a K..., “en ese caso no tiene necesidad de
mi ayuda ni la de nadie”. Aquí vemos claramente como Kafka juega
con los dos estratos, habla desde el punto de vista ontológico pero
utilizando un lenguaje categorial y axiológico determinado. K... no
puede recibir ayuda del Otro por la sencilla razón de que no está
en juego cualquier disputa en relación con las categorías y los
valores que organizan o estructural la vida con los demás, sino la
propia humanidad encarnada en él. El sujeto de carne y hueso (la
singularidad) carga con el pecado original (la universalidad), y esta
contradicción está encarnada en el Yo, ya entendido como persona
(la particularidad), no como la absoluta materialidad, es decir, la
carne y el hueso.
De
este modo, habría que afirmar que, desde que el hombre es hombre,
nunca ha habido una absolución real. Aquí, si bien Titorelli afirma
que nunca la ha visto ninguna absolución real a pesar de su dilatada
experiencia, tampoco se atreve a afirmar lo contrario rotundamente.
Pero esto no es más que un recurso para mantener la incertidumbre en
la novela, es decir, para que la fuerza que mueve al personaje siga
manteniéndose intacta a pesar de que él mismo no se mueva del
sitio. Aquí la imagen que nos sirve para ejemplificar esto es la del
típico sueño en el que corremos desesperadamente pero somos
conscientes que no avanzamos. Es ese, precisamente, el movimiento que
sostiene la novela, un movimiento quieto.
En
cuanto las otras soluciones, podríamos considerarlas como
complementarias. Las dos no suponen la absolución real, sino que
muestran las dos maneras de salvar la imposibilidad de absolución
real. La absolución aparente, tal como la define Titorelli, necesita
un gran esfuerzo momentáneo y violento, mientras que la prórroga
ilimitada supone un trabajo pequeño pero continuo. Pero, yendo un
poco más allá, las dos soluciones tienen en común el que se sitúan
en el ámbito categorial-axiológico, es decir, el estrato Irreal,
con lo cual, cada una de estas soluciones viene a definir una actitud
o relación concreta con las categorías y los valores en los que se
está inserto.
Ni
que decir tiene que la absolución aparente tiene grandes similitudes
con los procesos revolucionarios. Esos son, precisamente, los
momentos en los que los sujetos sienten la inestabilidad del suelo
donde pisan, o lo que es lo mismo, los momentos en los que se
plantean con insistencia el problema fundamental de la condición
humana, el ¿a dónde?, el ¿cómo?, el ¿cuándo?... y esas son las
preguntas de la acusación. Todo sujeto que se siente acusado, o sea,
impelido a asumir como suyo ese ¿a dónde?, ese ¿cómo?, ese
¿cuándo?... tiene que hacer participe a todos los demás de ese ¿a
dónde?, de ese ¿cómo?, de ese ¿cuándo? Evidentemente, no todos
sentirán simpatías por esas ideas, pero sólo se necesitan las
suficientes fuerzas para llevarlas a cabo. Una vez conseguidos los
suficientes apoyos, “cuando haya reunido con mi declaración el
número suficiente de firmas”, dice Titorelli, justo en ese
momento, el juez que instruye el caso, por ejemplo la revolución
rusa, no tiene mas remedio que darle la absolución, en este mismo
ejemplo al partido bolchevique, una absolución siempre aparente
porque el sujeto puede, en cualquier otro momento, encontrase con
otro momento “revolucionario”. Aquí, efectivamente, cuando
tomamos el ejemplo de la revolución bolchevique, insistimos en no
considerar la pertinencia o valía de las ideas que trataron de
instaurar. Más bien decimos que el partido bolchevique, en cierto
modo, logró imponer su fuerza al juez que instruía ese caso, se
impuso a la historia para bien o para mal.
La
prórroga ilimitada, por otro lado, sería el reverso de la
absolución aparente. En este caso de lo que se trata es de no
sentirse aludido. En el momento en el que el sujeto se siente
impelido por una situación concreta, o sea, se siente acusado, la
actitud es la de posponer una toma de decisión, de dejarse llevar.
Sólo así la acusación, o cómo dice Titorelli, el proceso en su
primera fase, se detiene, se estanca, no avanza. Esto implica la
obligación de estar “en contacto constante con la justicia”.
Quizás unas de la imágenes más destacadas de la novela sea esa, la
de esas personas que pacientemente aguardan en las salas de espera de
las oficinas burocráticas. Y la descripción más acertada es la del
comerciante, Block, que aguantaba, pacientemente, a que fuera
atendido por su abogado, el abogado de pobres Huld.
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