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En torno a... "El Proceso" de Franz Kafka... 2


2. Leni y la confesión
El objetivo de toda confesión es el redención de los pecados. El sujeto, pecador, con la confesión, trata de liberarse del espectro que le persigue a raíz de sus errores, de sus pecados. Y pecados, tal como hemos puesto de manifiesto en la última entrada dedicada a La Agonía del Cristianismo de Unamuno, también se insertan en los diferentes estratos del Ser. En el nivel ontológico se situaría el pecado original, mientras que en los estratos simbólico e ideológico se situarían los pecados que tienen que ver con los valores y las categorías que son hegemónicas en un determinado momento histórico y, por lo tanto, no son primordiales, esenciales, sino, en cierto modo, relativos a esos valores y categorías hegemónicas. En el nivel ontológico el pecado no tiene que ver con ningún tipo de causalidad, es decir, el hombre ya nace con el pecado a cuestas, mientras que en los otros niveles, en la medida de que intervienen unas categorías y valores como medidas, hay una relación de causa efecto en las diferentes acciones y efectos que realiza el sujeto en su contexto vital en interconexión con otras acciones y efectos.
A partir de estas ideas, es fácil determinar en qué consiste la obstinación de K..., no más que el tratar de defenderse del pecado. Que sea consciente de que su pecado sea de carácter ontológico o no, esa es baza que utiliza Kafka para mantener en tensión su obra. Efectivamente, K... no es que desconozca el tribunal y el juez y los cargos por los que se le acusa, sino que desconoce el estrato en el que se sitúa su cargo, su tribunal y su juez. Su obstinación es la de lograr encontrar en el estrato de lo simbólico e ideológico a su tribunal, a su juez y los cargos por los que se le acusa. Por eso, y tal como le dice Leni, “no se tienen armas contra esa justicia”, es decir, no vale ningún valor, ni ninguna categoría, de esas son tan necesarias en nuestra vida cotidiana. Y sólo a través de esa redención, de liberarse de ese pecado original, el sujeto podrá encontrar esa libertad, libertad humana, todo hay que decirlo, pero, y esto es decisivo, con la ayuda de el Otro, de Leni en este caso.
En relación con el pecado original, y tal como el abogado Huld (el abogado de pobres) le decía, los expedientes de la justicia y el acta de acusación permanecían secretos para el acusado y su abogado. El hombre nace con el pecado y, además, desconoce en qué consiste ese pecado. Así, ¿a quién dirigir la primera demanda? Ante tal desconocimiento, al sujeto sólo le queda confesar el pecado y someterse al interrogatorio. Sólo ese primer interrogatorio le abrirá las puertas, aunque en un principio de manera borrosa, oscura, opaca, al conocimiento. Pero no nos referimos al conocimiento de ese pecado esencial. No, sino a la libertad de ese sujeto.

Expliquemos esto un poco. Por un lado el hombre debe confesar su pecado, es decir, que el no es más que la encarnación del pecado original. Este hecho, esta confesión, no le abre las puertas al conocimiento de ese pecado, o sea, sus causas, su tribunal, su juez, sino que le abre las puertas del conocimiento. Ese conocimiento nunca llega de manera automática una vez confesado el pecado, sino a través de un trabajo duro. Y sólo a través de ese trabajo duro, un trabajo duro que sea capaz de sostener un aparato simbólico e ideológico en el que el hombre, sujeto menesteroso donde los haya, logre estar seguro, el hombre, decía, encontrará la ansiada libertad.
Da la impresión que el propio Kafka nos hace dar un buen rodeo, pero es importante destacar que ese rodeo es decisivo porque nos permite cambiar de perspectiva en relación con al aparato simbólico ideológico. Desde la perspectiva habitual, en cierto modo viciada -hecho que llama más la atención en los tiempos de crisis-, la burocracia, o sea, la materialización de todo ese aparato simbólico ideológico, aparece como un ente opresor. Y esta visión podría pasar por una interpretación de la obra de Kafka, en la que su personaje principal sufre de manera tiránica las veleidades del poder burocrático. Pero, más allá de esta lectura, que, en cierto modo, podríamos denominar como descriptiva, Kafka parece proponernos el punto de vista de la ley. En este sentido, en El Proceso, más que el sujeto, el que habla es la ley. Este cambio de perspectiva supone que lo que antes era pura subjetividad, es decir, la degradación del propio sujeto por parte de un poder burocrático impersonal y nivelador, se convierta en grandeza de la propia ley, es decir, que lo que se pone de manifiesto es que el sujeto, llegado el estado actual de las cosas, no puede seguir haciendo un uso particular de la ley porque en ello está su propia muerte, su propia destrucción. En los dos casos se habla de la muerte del sujeto, pero mientras que la primera es por culpa de la ley, en la segunda es por culpa del propio sujeto, que ya es diferencia.

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