4.
El Abate y la culpa
Desde
el punto de vista ontológico, ya hemos dicho que el sujeto, por el
hecho de ser un hombre de carne y hueso, carga con una culpa
primordial que venimos en llamar “pecado original”. Pero sería
interesante descubrir cual es la relación del pecado original con la
ley. Desde nuestro punto de vista, culpa y ley son dos caras de la
misma moneda, de tal manera que, tanto lo uno como lo otro, no pueden
ser dichos sin su contrario. El hombre, menesteroso por naturaleza,
necesita la ley, y esa ley es fruto de su menesterosidad, de su
pecado. Y como ese pecado está encarnado en el hombre de carne y
hueso, evidentemente, la puerta de la ley es una puerta hecha para el
propio sujeto, es una puerta personal. Y así es como el guardián de
la puerta se dirige al hombre que quería traspasar el umbral de esa
puerta: “esta entrada sólo está hecha para ti”. Por tanto, todo
sujeto carga con su puerta, carga con su culpa. Pero todo esto,
cuando hablamos de que cada sujeto soporta su ley, ¿no significa
caer en el relativismo, en el todo vale?
La
imposibilidad de traspasar esa puerta, la puerta de la ley, ya la
hemos intuido en las anteriores entradas. Y esto ya nos puede hacer
una idea del carácter de esa ley soportada por cada uno de nosotros,
es decir, que esa puerta de la ley, lejos de remitir a una legalidad
concreta (lo que hemos venido refiriendo como el estrato categorial y
axiológico), y, por lo tanto, relativa, se refiere a la condición
de posibilidad de la propia ley. En realidad, esa puerta no guarda
nada, por eso es cerrada por el guardián una vez que el sujeto
pierde la vida. Detrás de la puerta no hay nada, no hay ninguna
norma, ni trascendente ni sin transcender. Ese es el gran secreto de
la ley, ontológicamente hablando. Sólo a partir de esa caída, de
esa contradicción encarnada, el hombre puede sostener todo el
edificio ideológico-simbólico en el cual puede desarrollarse,
vivir, como hombre. En sí, esa contradicción no es nada, es la
nada, es sólo condición de posibilidad de la propia ley, pero para
ello debe ser ocultada, guardada. Así, en el momento en el que el
sujeto se empeñe en llegar a ese lugar, el de traspasar la puerta de
la ley, la propia ley se le desvanece, o lo que es lo mismo, su vida
misma. No más que lo que hemos dejado reflejado en torno a El
Ángel Exterminador
de Buñuel, es decir, el sujeto situado ante la puerta de la ley y su
imposibilidad para poder traspasarla.
Aquí,
y seguimos insistiendo en la relación entre ley y culpa, sería
interesante recurrir a los términos actualización y potenciación,
entendidos de manera dialéctica, como ya hizo en su tiempo Lupasco.
Como hemos dicho, si el sujeto se empeña en traspasar la puerta de
la ley, es decir, la ley se actualiza, esa actualización es
sostenida por su misma culpa. La ley potencializa la culpa, o lo que
es lo mismo, el sujeto es un sujeto que se siente culpable, y esa
culpabilidad es la que sostiene la búsqueda de la ley, la única que
redimirá sus pecados. Aquí, evidentemente, hablamos del sentimiento
de culpabilidad desde un punto de vista ontológico, sentimiento
interior que se encuentra más allá, o más acá, de la culpa
concreta, de la falta. Esa es la característica del sentimiento de
culpabilidad. Uno se siente culpable sin saber la causa de esa
culpabilidad, sin saber en qué consiste esa culpa. La manera de
encontrar esa culpa es la de encontrar la ley que determina su
culpabilidad.
Comentarios