2.
La contradicción
Pero,
¿qué elementos entran en lucha agónica en el propio Cristo? Son
dos: el elemento judaico (la esperanza judaica, la inmortalidad de la
carne), y el elemento helénico (la espiritualidad, la inmortalidad
del alma). Y aquí podemos trazar cierto paralelismo sobre lo que
nosotros venimos diciendo. Ciertamente, el elemento judaico haría
referencia a nuestro polo comunitario, de la singularidad, mientras
que el elemento helénico se situaría en ámbito de la ley, de lo
ideal, de la universalidad. “Y
ese gran dogma de la resurrección de la carne a la judaica [de esa
comunidad de carne y hueso que perdura a través de los siglos] y de
la inmortalidad del alma a la helénica [de la ley, del logos
que se halla más allá del mundo corruptible] nació la agonía en
San Pablo, un judío helenizado, un fariseo que tartamudeaba su
poderoso griego polémico”1.

Ciertamente,
a partir de estas consideraciones, la crítica al materialismo
histórico de Carlos Marx estaba servida. Según Don Miguel, Marx
creía que las cosas (materialidad) son las que llevan a las
personas, es decir, que son las circunstancias materiales las que
determinan el tipo de sujeto histórico, el tipo de persona. En este
sentido, el yo recaería, sobre todo, del lado de lo material, de la singualridad, obviando así la importancia de la ley. Es el sentido
que nosotros le damos al “populismo de izquierda”, y precisamente
el aspecto que nos interesa resaltar. En cuanto que, como ya dejó
escrito Marx en su Capital, los problemas vienen por la apropiación
del plusvalor, sería necesario no centrarse exclusivamente en la
apropiación que realiza la ley sobre el plusvalor de la comunidad,
sino, además, percibir los problemas que acarrean la apropiación que
realiza la comunidad sobre el plusvalor de la ley. No es casual, por
tanto, que ese carácter unidireccional del plusvalor lleve aparejado
el peligro del idealismo evolucionista, es decir, el asumir cierta
direccionalidad del progreso histórico a partir de las leyes
(ideales) del materialismo histórico. De este modo, la historia
estaría ya escrita, sólo habría que atender escrupulosamente al grado
de desarrollo de las fuerzas materiales en un momento dado para,
luego, poder trazar un destino, en este caso la sociedad comunista.
Cierto
es que, adoptando el mismo punto de vista, se puede realizar otra
crítica al idealismo, entendido como aquella doctrina en el que la
fuerza del Yo recaería sobre el polo de la universalidad, de la
idea, que ve sólo los problemas que acarrea la apropiación que
realiza la comunidad sobre el plusvalor generado por la ley, pero eso
ya es otra historia.
Desde
el punto de vista cristiano, esta contradicción se refleja
claramente en la distinción entre “Verbo y letra”. La letra
pasaría a reflejar el polo de la ley. La letra es la ley objetivada,
mientras que el Verbo, la palabra, refleja el polo comunitario, el
espíritu del pueblo. La relación de estos dos polos la plasma de
manera magistral Unamuno en el siguiente pasaje: “Los
analfabetos, los iletrados, suelen ser los que viven más esclavos
del alfa y de la beta, del alfabeto y de la letra. Un campesino tiene
llena de literatura la cabeza. Sus tradiciones son de origen
literario; las inventó primero un letrado. Con música litúrgica
hacen sus canciones populares”3.
Este es un ejemplo claro de lo que venimos hablando sobre la
transferencia de plusvalor de la ley a la comunidad. Es el sujeto el
que, a partir de la ley escrita, y que tiene como objetivo dar
seguridad, la transfiere a la comunidad de tal manera que ésta la
convierte en Verbo, le da la vida. Y esta es la agonía. La ley
escrita, como dogma, no se sostiene si no es gracias a la fuerza
vital que le insufla la comunidad, pero ya en ese momento el dogma
deja de ser dogma, deja de ser letra, para convertirse en Verbo, en
palabra. Esta transformación solo puede pasar a través del sujeto
agónico, el que vive esa contradicción. El dogma, así entendido,
es algo que se diluye, algo que, sólo aparentemente, se ofrece a la
vista como algo poderoso, inmutable, circular, pero que en realidad,
y en la medida de que tratamos de cogerlo, de invocarlo, se nos
deshace entre los dedos, y sólo puede ser rastreado bajo la forma
que ofrece la comunidad, una forma múltiple, esquiva, la forma del
Verbo, de la palabra oral.
1Ibíd.
p. 37.
2Ibíd.
p. 44.
3Ibíd.
p. 48.
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