5.
El pecado
Y
nos embarcamos en nuevos problemas al intentar resolver esa
contradicción, resolverla en el sentido de eliminarla. Pero, ¿qué
sería del hombre sin esa contradicción? Ciertamente, el hombre,
desde el punto de vista ontológico, es un ser contradictorio, es
decir, marcado por el pecado original, por esa fisura, grieta. El
hombre es un ser que lleva inscrita su falta, y esa falta es la
condición de su propia libertad. Es el precio de la manzana del
conocimiento.

Por
lo dicho en estas entradas, podemos insinuar que el peligro de la
carne sería el no tener fe en la ley. Y ese pecado, para Unamuno, es
el de la promiscuidad. El hombre promiscuo se apodera de todo el
plusvalor de la comunidad, de toda su fuerza, para fines
particulares. Aquí pone un ejemplo maravilloso sacado de su paso por
la comarca de las Hurdes:
En
cierta ocasión hablaba yo con un anciano campesino, un pobre
serrano, cerca de las Hurdes, región del centro de España que pasa
por ser salvaje. Le preguntaba si es que por allí vivían en
promiscuidad. Me preguntó qué era eso, y al explicárselo,
contestó: “¡Ah, no! ¡Ahora ya no! Era otra cosa en mi juventud.
Cuando todos tienen la boca limpia se puede beber en un mismo vaso.
Entonces no había celos. Los celos han nacido desde que vinieron
esas enfermedades que envenenan la sangre y hacen locos e imbéciles.
Porque eso de que le hagan a uno un hijo loco o imbécil, que no le
sirva para nada luego, eso no puede pasar”1.
Mutatis
mutandis, ¿no es esa la misma realidad de la sociedad neoliberal
actual? ¿No asistimos a la escenificación de los mismos temores en
relación al futuro de nuestros hijos?
Pero
la ley también tiene sus peligros, o sus pecados, y serían, como no
puede ser de otra manera, los que demuestran una falta de fe en la
comunidad. Y el pecado que resume esa actitud es el de la avaricia.
El hombre avaro se apropia del plusvalor que genera la ley, de todo
su fuerza, para un uso particular. Aquí Unamuno no pone ningún
ejemplo tan clarificador como el anterior. Pero, asumamos el riesgo
nosotros.
Es
muy usual en el contexto académico, asumir este dicho: “en la
clase se enseña, y el la casa de educa”. Bien, pues esta simple y,
aparentemente, inofensiva sentencia, esconde detrás al avaro.
Porque, ¿en qué medida un maestro o profesor no debe asumir su
parte como “educador”? Un profesor, un maestro, aunque sea
funcionario, o sea, trabaje dentro del entramado de la ley, no deja
de ser un sujeto como cualquier otro, un sujeto con falta, y por
ello, también con la obligación de dar cuenta a esa contradicción
fundamental (comunidad/ley). El ser un funcionario de la ley le da
los derechos de trabajar para la ley, pero no por ello pierde las
obligaciones que conlleva pertenecer a la humanidad.
1Ibíd.
p. 112-13.
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