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A vueltas con el programa... 5




¿Que qué es un programa? Por programa entendemos todo contenido extra-musical que se le añade a la propia música para ayudarla a concretar cierto sentido, ya sea un sentimiento, una situación, una escena, un estado de ánimo, etc. El programa, pues, ayuda a comprender la música.
En cualquier caso, ese tipo de comprensión debe ser matizada. Lukács ya comentaba en su estética la imposibilidad de que el programa suministre base alguna para la estimación estética de la obra musical. Si bien la obra de arte debe expresar su sentido inmanente de manera completa y, para ello, debe ser clara, rica y profunda, todo esto lo hace con independencia del programa dado. Pero, evidentemente, otra cosa es lo que pudieron pensar los “sectarios defensores” del realismo socialista. En palabras de Lukács, sus intentos tendían a levantar la llamada idea básica de una obra a una generalidad conceptual y a hallar en la verdad o la falsedad de dicha idea el criterio del realismo musical[1].
Aún así, la especificidad de la música, sobre todo la instrumental, planteaba muchos problemas a los burócratas stalinistas. De hecho, el decreto anti-formalista de 1948 exhortaba a los compositores sinfónicos a hacer óperas y cantatas, a componer obras con texto que los censores pudieran controlar.  Al parecer la música instrumental se les escapaba de las manos. Ya sabemos que la música es un lenguaje muy peculiar. Y es que, como bien dice Lukács, la música posee unas características muy particulares que la diferencian de las otras artes. En ella se revela una relación del todo única del hombre con la realidad, como conformación mimética muy peculiar, y eso la diferencia vivencialmente, con concreción estética, de todas las demás artes[2]. Y esto se debe sobre todo a su capacidad para expresar sentimientos y emociones profundamente humanas sin ningún tipo de inhibición. Esto quiere decir que la naturaleza de la música, los sonidos, alejados de toda vinculación externa, separados de toda abstracción o determinación, hacen que ella misma se despliegue con su propia lógica y su propia dinámica. La música no puede reproducir objetos concretos de la vida. Pero a pesar de eso, la música no es un lenguaje inarticulado en el que acontezcan explosiones emocionales por doquier, sino que refleja el mundo interior del hombre, como totalidad intensiva haciendo caso omiso a toda singularización o toma de posición ante cualquier detalle concreto.
            Esta característica de la música consigue evitarle rodeos, callejones sin salida, compromisos y choques trágicos en los casos en que tales dificultades son inevitables para la poesía o las artes plásticas, es decir, que para un compositor es mucho más fácil escapar de la censura que para un poeta o pintor. Por eso la música más profunda puede perfectamente ser compatible con una ejecución cortesana y ceremonial sin que se perjudique su punto central, la expresión pura de la interioridad[3]. Así pues, mientras la música está unida a un texto, como en la ópera o en la monodía lírica medieval, parece que no hay problema de comprensión porque el propio texto ayuda a determinar las coordenadas interpretativas. Pero cuando aparece sola, puede incitar a las más variopintas interpretaciones. El programa, por tanto, trata de dar solución a ese problema, al problema de cómo acercarnos a ella, pero nunca es un acercamiento desde el punto de vista objetivo, sino subjetivo: en la música sólo la interioridad más pura recibe una forma precisamente determinada, mientras que sus contenidos concretos determinantes procedentes del mundo interno y externo –por no hablar de la estructura de estos últimos- no pueden aparecer más que como objetividad indeterminada[4].
No ponemos en duda, por tanto, que la propia obra musical está abierta a un programa. Todo lo contrario, el programa es algo que le viene dado a la obra de arte por las circunstancias en las que sale a la luz, pero ese programa no es nunca un programa único, un hecho, un sentimiento, o un afecto concreto claramente objetivable, sino una pluralidad de programas, de modos de relación del sujeto con la propia obra de arte en la que, si bien es cierto que sólo alguno o algunos mantienen una posición hegemónica, esa hegemonía nunca puede ser proporcionada por una idea externa a la propia realidad de la que surge la obra de arte.
            En cualquier caso, el programa puede actuar en diferentes niveles. En el nivel más general, actúa como una matriz de conflictos que ayuda a iluminar el paisaje de la obra. Hablamos de un nivel amplio, de una vista de pájaro, o en términos lukacsianos, del programa desde el punto de vista formal. No es de extrañar que para Lukács la función de la forma represente una superior verdad de la vida, una aproximación a su totalidad y a su esencia, mayor que la que se consigue por el mero contenido, aun concibiendo ya a este estéticamente[5]. El programa como forma, por tanto, crea una unidad sensible, un paisaje entre los elementos y las figuras que se sumergen en ella, que actúa como un principio de concreción. El programa también puede tener un carácter específico. Puede iluminar una situación concreta, un sentimiento, una imagen, un acontecimiento particular. Siguiendo con Lukács, nos referimos al programa desde el punto de vista del contenido. Evidentemente, si seguimos las indicaciones de Lukács, el programa desde el punto de vista del contenido no sólo se refiere a los sentimientos, las imágenes, etcétera, que se pueden dar de una manera aislada en la obra de arte, sino que se dan en un concreto sistema dinámico de relaciones formando una totalidad cerrada y ordenada.
Tanto un tipo de programa, el genérico, como el otro, el concreto, se dan a la misma vez, no son excluyentes. Esta idea es importante porque, sin duda, todo hecho concreto sucede en un marco general que marca la dirección de los sentidos. Y es que el programa desde el punto de vista del contenido no es algo cerrado, dado de antemano, sino que adquiere un valor en su vinculación con otros contenidos programáticos. La forma sería el elemento que vincula esos contenidos. Pero esa vinculación no es nunca definitiva. Un cambio de forma, o sea, la introducción de uno o varios elementos nuevos en el paisaje que sean capaces de forzar la ruptura de las relaciones entre los contenidos, y me refiero a los repertorios y disposiciones de ese paisaje relativamente acoplados, daría lugar a una nueva necesidad de acoplamiento entre esos nuevos elementos y los viejos, una nueva dinámica creativa que sería capaz de sustituir las antiguas relaciones por otras nuevas para volver a lograr su objetivo, el cierre de la obra, el cierre del paisaje.
Los repertorios y disposiciones, por tanto, conformarían un paisaje, un mundo concreto establemente precario. Establemente, porque insinúa un lugar, un campo de juego concreto; y precario, porque como campo de juego está abierto a  nuevos modos de relación, a nuevas variantes que hacen que el paisaje pueda modular, cubrir nuevos espacios y deshacer inservibles o poco operativas relaciones.


[1] Lukács, Georg. Estética I. Volumen 4. Barcelona: Grijalbo 1965,  Pg. 73.
[2] Ibíd. Pág. 45.
[3] Ibíd. Pág. 54.
[4] Lukács, Georg. Estética I. Volumen 3. Barcelona: Grijalbo, 1965. Pág. 263.
[5] Lukács, Georg, Prolegómenos a una estética marxista, Barcelona: Grijalbo, 1969. Pág.292.

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