Gran parte de los artistas y escritores de la
vanguardia enseguida expresó su pleno apoyo al nuevo poder estatal bolchevique,
y en las condiciones en que la intelectualidad en su conjunto tenía una actitud
negativa hacia este poder, los representantes de la vanguardia ocuparon una
serie de puestos clave en los nuevos órganos creados por los bolcheviques para
la dirección centralizada de toda la vida cultural del país[1].
Como hemos dicho, la revolución de
Octubre encumbró en el poder al partido bolchevique. En un primer momento,
nadie es su sano juicio apostaba mucho por ese partido, veían que pronto la
situación se iba a poner insostenible -¿más insostenible aún de lo que
estaba?-, pero nadie sabía lo que se tenía que hacer. Así que la intelligentcia
rusa se mantuvo a la espera de los acontecimientos. Craso
error. Un pequeño grupo de vanguardistas se unieron, sin muchas reservas, a
este movimiento. Antes de la revolución, estas vanguardias eran un grupo
marginal, sin apenas protagonismo en la vida cultural rusa, que venían
pregonando una ruptura con respecto a los cánones artísticos anteriores. A
pesar de ocupar un lugar marginal en la cultura rusa de la época, aún así ellos mismos veían
que sus ideas destructivas estaban dando sus frutos. Así, por ejemplo, el propio
Maiakovsky en 1915 ya pensaba que las ideas del futurismo[2]
habían sido inoculadas, al igual que un virus, en el cuerpo social: como no veis al futurismo ante vosotros, ni
conseguís verlo en vuestro interior, o habéis puesto a vocear su muerte. ¡Sí!,
el futurismo ha muerto como grupo particular, pero se ha derramado sobre todos
vosotros cual una tromba de agua[3].
Por lo tanto, no es extraño que las vanguardias vieran en esta revolución un
giro decisivo en el devenir de la historia: con la Revolución de Octubre y los
dos años de guerra civil posteriores se hizo realidad, en el plano
socio-político, lo que ellas venían pregonando activamente mucho antes desde el
plano estético, el derrumbe de los viejos cánones. Como dice Groys, la vanguardia rusa vio en esa situación
histórica no sólo una indudable confirmación de sus construcciones teóricas e
intuiciones artísticas, sino también una oportunidad única en su género de
realizarlas totalmente en la práctica[4].
Así que no dudaron en sumarse al proyecto bolchevique en torno a la llamada Proletkult, ese movimiento de
esclarecimiento de la cultura del proletariado cuya tarea consistía en la elaboración de una cultura proletaria,
que se convierta en humana y universal en la medida en que se elimine la
división de clases de la sociedad[5].
Los bolcheviques, aunque no eran
precisamente, en relación al arte, muy modernos -Lenin nunca llegó a entender
el arte de vanguardia-, vieron en un principio con buenos ojos a estos grupos
heterogéneos. Pronto
descubrieron en ellos una fuerza de propaganda inusual y efectiva. Y es que, insiste
Groys, el pathos fundamental de cualquier vanguardia, incluida la rusa, consiste en la exigencia de que se pase de
la representación del mundo a la transformación de este[6].
Justo lo que necesitaban los bolcheviques, construir un nuevo mundo sobre las
ruinas del antiguo y gente con ganas de derribar las viejas estructuras
zaristas y burguesas. La vanguardia rusa, por tanto, coincidía con el partido
bolchevique en el hecho de que necesariamente el viejo sistema no tenía nada
que aportar al nuevo proyecto que se vislumbraba.
Sea como fuere, las circunstancias
hicieron que la vanguardia en Rusia adquiriera un poder que no pudieron ni imaginar
para sí las vanguardias occidentales, digamos que cogieron “el tren de las
doce” del poder político. Y eso se manifestó pronto en la propia deriva que
tomó la vanguardia una vez consumada la destrucción del viejo poder estatal
ruso. En esos primeros años post-revolucionarios la vanguardia estaba segura de
tener el futuro en sus manos. Aunque mantenían cierta distancia con respecto a
los bolcheviques, se auto-consideraban superiores intelectualmente, no dudaron
ni un minuto en ponerse manos a la obra para levantar la “nueva Rusia”. La realidad
política rusa les servía como vehículo de expresión de sus ideas estéticas, más
concretamente, los nuevos ideales comunistas fueron utilizados para crear
nuevas formas de hacer arte. Pero por otro lado, como dice Groys, los propios líderes del bolchevismo en ese
entonces no ocultaban que a duras penas se imaginaban las vías concretas de la
construcción de lo nuevo[7]. Es por eso que estos diligentes, en un afán
de obtener un amplio apoyo posible en el mundo del arte, optaron por el
pluralismo de las corrientes artísticas, es decir, la política se orientaba a ofrecer las máximas facilidades para el
libre desarrollo a todos los artistas y tendencias[8].
Es así que el propio partido bolchevique, aunque viese con buenos ojos la ayuda de la vanguardia,
sentían cierto recelo ante su aspiración
a la dictadura artística[9].
[2]
Cfr. Gónzalez, Ángel, et al (eds.) “Una gota de alquitrán”. En Escritos de arte de vanguardia: 1900-1945,
Madrid: Turner, 1979. “De aquella
contienda permanecen en la memoria los tres golpes encajados tras los tres
gritos de nuestro manifiesto: 1. Destruir el frigorífico de cánones de toda
especie que la inspiración transforma en hielo. 2. Destruir la vieja lengua
impotente y alcanzar el galope de la vida. 3. Expulsar a los grandes viejos del
vapor de la modernidad”. Pág. 155.
[3]
Ibíd. Pág. 156.
[4]
Groys, Boris, Op. Cit. Pág. 57.
[5]
Gónzalez, Ángel, et al (eds.) Op. Cit.
Pág. 258.
[6]
Ibíd. Pág. 47.
[7]
Ibíd. Pág. 61.
[9] Groys, Boris, Op.
Cit. Pág. 61.
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