Los años posteriores a partir del artículo
sentencioso del Pravda fueron duros para Shostakovich. Como dijimos antes, nuestro compositor estaba en el punto de mira del
régimen, estaba inmerso en un
juego que podía acabar mal.
La situación, por tanto, era dramática. En esos años Shostakovich vio como algunos
familiares eran arrestados y varios de sus amigos eran ejecutados. En este
contexto, su Sinfonía nº 4 ni
siquiera se pudo estrenar. Se había extendido el rumor de que Shostakovich había escrito una sinfonía
diabólicamente complicada y plenamente formalista[1].
Pero, musicalmente hablando, en esta composición la categoría de lo trágico[2] empieza a tomar un protagonismo que será decisivo en toda su obra posterior. En cualquier caso, lo característico en Shostakovich es que lo trágico estará casi siempre unido a la ironía y el humor.
Pero, musicalmente hablando, en esta composición la categoría de lo trágico[2] empieza a tomar un protagonismo que será decisivo en toda su obra posterior. En cualquier caso, lo característico en Shostakovich es que lo trágico estará casi siempre unido a la ironía y el humor.
Parece no caber duda de que lo trágico
en su música le viene dado de las mismas circunstancias en las que estaba
inmerso. Lo trágico expresa la esencial condición del hombre. Esa condición
menesterosa, utilizando terminología de Julián Marías, parece tomar más
protagonismo en circunstancias dramáticamente singulares como las que tuvieron
que soportar los artistas soviéticos de aquella época. El problema es que, si
bien la vida de los artistas era trágica, el poder no podía permitir la
exteriorización de esa situación espiritual. Tal como hemos visto en el
anterior apartado, si suponemos que la historia ha llegado a su culminación con
la instauración del socialismo realmente existente en la Unión Soviética y, con
ella, el hombre ha alcanzado, por fin, el momento en el que su menesterosidad,
su tragicidad, ha quedado superada, no queda, por tanto, espacio para lo
trágico. Podemos interpretar en este sentido la afirmación adorniana de que la categoría de lo trágico ya no es posible[3].
Aunque la crítica de Adorno se encamina a descubrir las contradicciones
inherentes al proyecto ilustrado, es evidente que, el estalinismo, entendido
como una aberración de ese proyecto mismo, no tiene más remedio que asumir esa
contradicción y llevarla hasta el más extremo paroxismo, o sea, aniquilar por
todos los menos, ya físicos o psicológicos, a todo aquel que no refleje con su
arte el ideal objetivo que emana de la vida en la Unión Soviética en toda su
positividad. No es de extrañar que, desde la consideración del estalinismo como
una secuela del propio proyecto ilustrado, la estética del realismo socialista
recuperase los grandes vocablos de la tradición romántica. Ya hemos hablado de
una vuelta a las formas musicales hegemónicas del periodo decimonónico.
Ante esta situación, ¿qué le queda a
Shostakovich? Sin duda la ironía, el sarcasmo. Ésta se había convertido ya
antes en un recurso estético mediante el cual desestabilizar y dejar en
evidencia cualquier pretensión desmesurada de grandeza en cualquier ámbito del
arte. Con la ironía, por ejemplo, se le bajaba del pedestal al genio creador
romántico, y éste dejaba de ser ese Prometeo, ese gran benefactor de la
humanidad, o por lo menos, se le desvanecía el aura de sacralidad que lo
rodeaba. En cualquier caso, la ironía no tiene un carácter meramente destructivo,
no se sitúa frente a lo ironizado para aniquilarlo, sino que se sitúa a cierta
distancia para descubrir en él lo que no es, lo que contiene de falso, de
inauténtico. ¿Fue esto lo que precisamente Stalin pareció advertir aquella
noche del 26 de Enero del 1936 en la representación de Lady Macbeth de Mtsensk? Shostakovich
se estaba burlando de los planes del dictador en sus mismas narices[4].
Pero
quizás el movimiento más atrevido de Shostakovich fue su Sinfonía nº 9.
Corrían tiempos de auténtico fervor patriótico justo después de la victoria
frente a los nazis. Como cuenta Meyer, a finales de 1944 algún músico
expresó su convicción de que Shostakovich no tardaría en escribir una sinfonía
para celebrar la victoria soviética y añadió que estaba tan seguro de ello como
de la misma victoria[5]. Todo el mundo esperaba una gran
sinfonía compuesta por el más grande compositor soviético y dedicada a la gran
victoria que vendría a completar, junto a la nº 7 y la nº 8, la trilogía de las
sinfonías de guerra. Pero Shostakovich parecía encontrarse en un dilema, ¿debía
someterse y escribir una obra llena de estereotipos que contentase al régimen o
mostrarse rebelde y componer pensando en que no hay grandeza suficiente para
expresar el sufrimiento de un pueblo antes, durante y después de la guerra? Como
se sabe, nuestro compositor optó por lo segundo, lejos de componer una gran
sinfonía coral a lo Beethoven ideó una pequeña sinfonía con cierto tono de
divertimento con un final de “dibujos animados”, claramente antirromántica y
antiépica. Esto no le eximió de unas severas críticas dentro y fuera de las
fronteras que, sin duda, culminaron en la comentada segunda condena, la del 48´.
Con el gran decreto del 48, la vida de
Shostakovich volvió a verse amenazada, y es por ello que en la asamblea general
donde se redactó ese decreto no dudó en entonar el mea culpa. Tal como apunta Volkov[6],
estas muestras de arrepentimiento público a ojos de un occidental pueden dar a
entender cierta debilidad moral y ética, sin duda, el consumidor de cine hollywoodiense está acostumbrado a ver al típico
héroe que es capaz de superar con solvencia los retos morales más inverosímiles,
pero para los artistas soviéticos este tipo discursos de cara a la galería
pasaban a formar parte del entramado burocrático estalinista. Lo que pasa es
que la burocracia apretaba de lo lindo.
[1]
Krzystof, Meyer, Op. Cit. Pág. 185.
[2]
“En toda la obra se perciben el tono
trágico difícilmente expresable en palabras, el ardor apasionado y la
profundidad que reflejan la personalidad
del autor”. En Krzystof, Meyer, Op.
Cit. Pág. 184.
[3]
Adorno, T. W. Op. Cit. Pág. 45.
[5] Krzystof, Meyer,
Op. Cit. Pág. 247.
[6] Cfr. Op. Cit.
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