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De la forma sonata a Stalin, pasando por la fuente de Duchamp

Dice el Marcuse de Contrarrevolución y Revuelta que la obra de arte transforma un contenido particular, individual, en el orden social universal en que existe[1]. Podemos decir, pues, con Marcuse, que la misma estructura de la obra de arte, en este caso, la forma sonata, es fiel reflejo de cómo se ve la propia sociedad a sí misma, en este caso, la sociedad burguesa dieciochesca. En la forma sonata se reflejan los patrones de conducta mediante los cuales la burguesía, y no sólo la burguesía, se enfrentaba al mundo. Analicemos la forma sonata y tratemos de acoplar esos patrones:
         La forma sonata es una forma tripartita más o menos elaborada que suele esquematizarse de esta manera A-B-A', en las que esas tres secciones pasan a llamarse: exposición, desarrollo y re-exposición. Es el mismo esquema o estructura argumental de los géneros narrativos: introducción, nudo y desenlace.

1.    Exposición: en cierto modo esta sección nos enseña como se ve la propia sociedad a sí misma. Tiene el carácter de un todo orgánico. Es por ello que aparezcan 2 temas, siempre de carácter contrapuesto. Uno afirmativo, el A, que nos dice este soy yo y no otro, y otro, el B, que adquiere tintes más complementarios, que afectan más a los aspectos subjetivos de ese todo orgánico, por ejemplo, soy pacífico, soy dulce. En términos sociológicos, el tema A representa al varón, a la nación, al poder, al amo de la identidad, a la razón pública, y el B a la mujer que es la que da el carácter a la familia, la que se ocupa de los asuntos de la casa, a los asuntos privados. Lo que caracteriza a esta sección es la sensación de totalidad, de falta de fisuras, su completud. Parece imposible que algo tan acoplado pueda tener algún tipo de fisuras.

2.    Desarrollo: Es la parte donde esa totalidad es amenazada, ya bien por un agente exterior o por otro interior. Cuando en el desarrollo se utilizan los temas a y b, sobre todo en las sinfonías más clásicas, es de suponer que el peligro viene de uno mismo, de la misma falta de moral, de no cumplir las normas -quizás sería pertinente hacer referencia a lo que dice Félix Duque en Arte Público y Espacio Político, pg. 104: No hace falta ser un devoto de Walter Benjamin para comprender que sólo a partir de 1830 comienza a existir un sentimiento de intimidad y de “privacidad” (junto con las medidas higiénicas y sanitarias, correlatos del pudor ahora sentido en la familia burguesa), que necesariamente se expresará en público, bien directamente, bien a través de l'opinion publique, plasmada y guiada a través de las manifestaciones literarias y musicales de un romanticismo tanto más aguado cuanto más se extendía por las capas medias de la población-. También podemos pensar que cuando el tema es distinto al expuesto en la sección primera, el enemigo será el Otro, esa fuerza externa que trata de romper con la organicidad del propio yo o nación, ni que decir tiene que toma el nombre de judío, moro, gitano, y demás...

3.    Reexposición: después de la tormenta viene la calma, que se dice. Volvemos a la misma totalidad orgánica de la exposición pero esta vez un poco transformada. Si la re-exposición es muy distinta a la exposición temática cabe pensar que las consecuencias de la lucha librada en el desarrollo temático han sido importantes. Esto, conforme nos vamos adentrando en el romanticismo musical, es lo más usual. En el clasicismo las diferencias son mínimas, básicamente en un cambio armónico, el tema b que en la exposición casi siempre aparece en el quinto grado, ahora, para terminar, se retoma en el primer grado.

Podemos decir que debajo de la forma Sonata se encuentra fosilizada la estructura misma de la sociedad burguesa dieciochesca, el dónde, el cómo y el porqué de esa sociedad.

         Volviendo a Marcuse, éste considera que el arte moderno, el romanticismo musical en nuestro caso, con el desarrollo del capitalismo a nivel global, ha mantenido siempre una actitud anti-burguesa. Y esto se nota muy claramente en la forma sonata. Pero, ¿dónde está lo anti-burgués en la misma forma sonata? En el desarrollo temático. Es este lugar en el que los artistas románticos se centran aumentando la negatividad, el distanciamiento, con respecto a la cultura burguesa, dejando intacto el núcleo material de la burguesía que viene tematizado en la propia exposición temática.

         Lo que ocurre con esa contradicción es que nunca es directa, no es un mundo por otro mundo, que esto si sería lo oportuno, sino que, con las palabras de Marcuse, la negación está “contenida” en la forma; es siempre una contradicción “rota”, “sublimada”, que transfigura y transubstancia la realidad dada -y la liberación de ella. Esta transfiguración crea un universo encerrado en sí mismo y sigue siendo el otro de la realidad y la naturaleza, independientemente de lo realista o natural que sea.[2]. Es decir, que la misma sociedad ya contaba con esa fuerza, y que precisamente el desarrollo temático era el canal por donde se evacuaba, se canalizaba, para que así perdiera todo su potencial emancipador. Lo que se desecha, que precisamente cada vez es más conforme el capitalismo amplia sus tentáculos, y que tiende a ocultarse en los márgenes.

         Así, podemos por tanto insinuar que el problema está en la exposición: una sociedad nunca es un todo homogéneo (1) o no es un mero conglomerado de objetos de consumo (2), o sea, de mercancías, sino una pluralidad más o menos estable. Así, el romanticismo musical, que priorizó el desarrollo temático por encima de todo lo demás, no tuvo más remedio que sucumbir en el caos de la atonalidad y todas sus secuelas. Esto es precisamente lo que Lukács le recrimina a las vanguardias en su Significación actual del realismo crítico[3]. Siguiendo con Marcuse, por tanto, las contradicciones se resuelven realmente, en cuanto que aparecen dentro de otro orden universal al que pertenecen[4], no precisamente fuera, así pues, necesitamos otro mundo, un modo de formar todo ese sobrante, y ese modo es concreto y específico: es el de la ciudad-estado griega, o el de las cortes feudales, o la sociedad burguesa.

Pero para ampliar el campo de acción, podemos observar esta estructura tripartita en otros contextos artísticos, en otros niveles, en otras artes. Pensemos en un cuadro o en una escultura. ¿Cuál sería ahí el triángulo?:

1.    El museo actuaría como la exposición temática. ¿En qué sentido?, ¿el museo también nos habla? Ciertamente, el museo, como el lugar dónde deben estar las obras de arte para ser observadas, representa el todo homogéneo de la sociedad, lo que consideramos que es realmente la sociedad.

2.    La obra de arte en sí pertenecería a la sección del desarrollo temático. El cuadro es la turbulencia que se incorpora a ese todo homogéneo que representa el museo, creación subjetiva de un autor.

3.    La reexposición sería la transferencia de esa totalidad orgánica del museo por medio de la obra de arte misma expuesta al propio observador, al espectador. Es la manera en la que el espectador aprende o asimila lo que el poder le impone, el asumir la totalidad homogénea que representa.

             Podemos -ruego a todos mis lectores de derechas no hacer bromas con esta palabra-, por tanto, pensar en una obra como la de la fuente de Duchamp. Hoy en día se hace patente que el problema de las obras de arte rompedoras, que tratan de poner de relieve el sinsentido del mundo del arte mismo, es que su negatividad, que es la fuerza que es capaz de romper con el orden impuesto, o sea, el principio instituyente contra lo instituido ya cosificado y que no resuelve los problemas de la gente, del hombre de carne y hueso. Pero lo que hace que su carácter rompedor tenga o no verdadera efectividad no estriba en la obra misma, ya hemos dicho que el ámbito de la obra es el de la subjetividad, sino en su relación con el mundo de la vida cotidiana. Así, en el momento que esa obra pasa a ocupar un espacio en el museo, esta obra pierde toda su fuerza emancipadora ya que deja intacta la estructura de poder. El museo sigue imponiendo su ley, o sea, la visión de un mundo como totalidad homogénea, como una esfera. Pero, ¿dónde va esa fuerza? Al espectador. Éste recibe el impacto de esa fuerza negativa, destructiva. Las reacciones son evidentes: ¿esto cómo puede ser llamado arte? Con esto, con el foco puesto en la obra misma, el propio poder se salvaguarda ante un eventual intento de cualquier espectador, de cualquier ciudadano, a poner en duda al sistema mismo, a la estructura misma, a la propia entidad que es el museo, el parlamento, el capital. El espectador se debate entre la idoneidad o pertinencia de que esa obra sea o no considerada obra de arte. Estas discusiones son las que nos mantienen entretenidos a todos mientras que “el capital” sigue haciendo de las suyas.

         Pero, si pensamos no ya en incorporar esa obra en el museo, sino en una esquina de una calle cualquiera transitada, esa negatividad ya no es trasvasada al espectador, éste ni siquiera entendería que hace ese toilet en la esquina, ni siquiera se plantearía si eso es una obra de arte, la cosa, por tanto, cambia. Se produciría un vacío que, tarde o temprano, debería ser llenado. Es aquí donde comienza la auténtica libertad. El sujeto, con sus herramientas, iniciaría un proceso verdaderamente creativo, el de la apropiación estética, la creación de nuevas categorías que logren dar sentido a ese urinario colocado en una esquina cualquiera, como diría la copla: 

         Es en este punto cuando el propio museo sufre un ataque mortal. El ya no impone los sentidos, es el propio sujeto el creador, el dador de sentido, es cuando los propios repertorios, que dan sustento al propio acto comunicativo, son re-actualizados por los propios sujetos que son los que activan sus niveles disposicionales y, por supuesto, ahí se verá si esa obra es verdaderamente una obra potencialmente artística...

         Por lo tanto, y volviendo a la forma sonata, lo que esta estructura pone de manifiesto es la manera de concebir a la sociedad en aquella época, que se veía, en líneas generales, como un todo homogéneo sin fisuras. Es en este punto donde incorporamos la categoría del paisaje. El paisaje que brota de la forma sonata es el que separa, y aquí sigo las palabras de Don Agustín, al mundo del Desarrollo, la exposición temática, el todo homogéneo, con el mundo del subdesarrollo, el desarrollo temático, el todo heterogéneo, lo que no ha podido ser asumido en todo proceso de formalización, no ha podido ser acoplado a la modernidad. Es un paisaje que, por un lado, pone en un primer plano todo lo bonito de la sociedad de la época, todo lo que merece ser enseñado, pero que oculta, al mismo tiempo, todas las miserias sobre las que se eleva.

         Este paisaje será asumido por Stalin y sus secuaces, bien es cierto que a la tremenda, cambiando los temas de la “exposición temática”, haciéndolos más  proletarios... pero el objetivo es el mismo, desembarazarse de todo lo Otro de tal manera que no haya repertorio que valga más que el del partido, ni disposición que la del pueblo, ni paisaje que el del comunismo.


[1]    Marcuse, Herbert. Contrarrevolución y Revuelta. México, 1973, p.99.
[2]    Ibídem, p. 99.
[3]    Lukács, G., Significación actual del Realismo crítico,
[4]    Marcuse, Herbert. Contrarrevolución y Revuelta. op. Cit., p.99.

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