Le debo esta entrada a mi amigo Isidoro Villena Reinoso y su mágnifica ponencia del pasado 1º de Mayo en la que compartimos mesa.
El
22 de junio de 1941, cuando el embajador alemán en la URSS, el conde von der
Schulenburg, entregó la declaración de guerra a Molotov, éste le despidió con
un lacónico: no nos lo merecíamos[1].
Y el ministro de asuntos exteriores soviético tenía razón en ello porque
los soviéticos llevaban desde antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial,
en septiembre del 39´, colaborando estrechamente con los alemanes política y
económicamente. Pero ésta había sido una relación de conveniencia entre dos
líderes y dos regímenes que se sabían enemigos acérrimos. Evidentemente, esta relación de
conveniencia entre alemanes y rusos era un reflejo claro de la política de
clausura operacional que vino a instaurar Stalin años antes. En cualquier caso,
la guerra tuvo un impacto extraordinario en todos los órdenes de la vida rusa.
Y la estética no fue menos.
En el contexto del
arte, las cosas cambiaron para los artistas rusos con la guerra. Christian
Hartmann, recogiendo una cita de nuestro compositor, llega a decir lo
siguiente:
Paradójicamente, la guerra también trajo libertad - no mucha, pero por lo
menos algo. Los medios de comunicación, las universidades, y sobre todo las
artes eran los "sismógrafos" más fiables de esta mucha o poca
libertad. Dmitri Shostakovich, por ejemplo, escribió sobre la ambivalencia de
vivir este tipo de vida [en guerra]:
“La guerra
trajo un sufrimiento y miseria indescriptibles. La vida se hizo dura, muy dura.
Hubo dolor interminable, interminables lágrimas. Pero antes de la guerra era
todavía peor, porque todo el mundo estaba sólo con su sufrimiento. Incluso antes de la guerra, no había ni una sola
familia en Leningrado que no hubiese perdido a algún familiar... Entonces vino
la guerra. El dolor secreto, aislado, se convirtió en un dolor común. Podías
hablar sobre ese dolor, podías gritar abiertamente, llorar abiertamente por una
muerte. La gente ya no tenía que tener miedo de sus lágrimas”[2].
Pero, ¿qué es lo que ha cambiado? Mi
hipótesis es el paisaje ha cambiado de la noche a la mañana. Si el programa o
antagonismo hegemónico antes de la guerra era socialismo/capitalismo, con la
guerra se impone un nuevo antagonismo, fascismo o antifascismo. El paisaje
cambia. Hasta el propio régimen stalinista sucumbe -la realidad mandaba, tenía
a los nazis en la sopa- ante la nueva lectura que se tiene que hacer de la
realidad, una nueva lectura impuesta por las circunstancias. En esa nueva matriz
de conflictos el mismo pueblo encuentra el espacio para poder expresarse, sacar
a la luz todo su sufrimiento, y hablamos del sufrimiento común, de todos los
sometidos, cualquiera que sea la raza, el credo u opinión que profesen, y a
través de ese sufrimiento común poder expresar el sufrimiento personal, el de
la pérdida de tus amigos, de tus familiares, el de estar continuamente expuesto
a las veleidades de un poder tiránico en tu misma patria donde todos eran
sospechosos.
[1] Horst Boog et al, Germany and the Second World
War, Vol. 4: The attack on the Soviet Union, Oxford University Press, 2009,
Pág. 117.
[2] Hartmann, Christian, Operation Barbarossa. Nazi Germany's War in the east, 1941-1945. Oxford University Press, 2013. Pág.
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