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La función programática... El canon del realismo socialista... 6



Evidentemente, con Stalin, al asumir la idea del socialismo en un solo país, el paisaje soviético cambió por completo. Hay que tener en cuenta que lo que Stalin hizo no es sacarse de la manga un nuevo programa, sino el resituar el antiguo antagonismo socialismo/capitalismo que se desarrollaba en un paisaje “global” o internacionalista, en un paisaje nacional. Pero, en cualquier caso, el paisaje cambió por completo. Podríamos decir que ese cambio supuso un cierre de fronteras, en términos de Luhmann[1], una especie de “clausura operacional”[2], es decir, que el socialismo se conformaba con un sistema cerrado y definido por un conjunto determinado de operaciones que lo producen y lo reproducen a sí mismo. Evidentemente, era el Partido el encargado de determinar las operaciones que mantuviesen con vida el sistema, y eso sólo era posible en nombre del propio sistema. Así, nos encontramos con una relación circular entre socialismo, entendido como paisaje, y políticas socialistas, como repertorios y disposiciones. Ciertamente, nosotros tenemos serias dudas a la hora de aplicar la teoría del cierre operacional a los sistemas sociales, tal como propone Luhmann, pero pensamos que Stalin no le hubiera hecho ascos a esa teoría. ¿O no sería ese Estado socialista la versión social de un organismo operativamente clausurado cuyo cerebro, el Partido con Stalin a la cabeza, gestionara los diferentes órganos a él asociados, la economía, el arte, la educación, etcétera?
Hay un aspecto importante de este cierre operacional de carácter orgánico que desarrolló el estalinismo, es el hecho de que esta circularidad entre socialismo y políticas socialistas tiene como consecuencia el surgimiento de la diferencia entre sistema y su entorno. En palabras de Luhmann, las operaciones que pueden conectarse entre sí conforman el sistema. Aquello que queda excluido pasa a ser el entorno del sistema[3]. Hablamos de un paisaje de carácter orgánico donde todo lo que no cumple con las leyes de ese organismo, que en nuestro caso es el Estado socialista soviético, es tachado de intruso, de virus, de elemento capaz de acabar con la integridad de ese cuerpo social orgánicamente conformado. Esta división tajante entre lo propio y lo extraño tendrá unas consecuencias decisivas en relación a los artistas.
Para el artista soviético había, pues, dos caminos. O se acataba los dictados del Partido, o sea, o se está con el pueblo con todas las consecuencias, su trabajo debía servirlo y ensalzar sus ideales, o sea, la doctrina socialista, o se estaba en contra, lo que suponía el destierro en Siberia o la muerte. Los artistas fueron sometidos a las más aberrantes pruebas de compromiso político. Suerte tuvieron los que lograron escapar por aquellos años 20', como Stravinsky, que supo ver los peligros que se avecinaban. Por lo que sea, Shostakovich no tomó el mismo camino.
Por lo tanto, a partir de ese programa general, socialismo contra capitalismo, se fueron elaborando programas más específicos que iban llenando de contenido la forma: exaltación de los ideales socialistas, glorificación de las conquistas realizadas por éste, etcétera. Y esto acarreó importantes consecuencias estético-musicales. En palabras de Vinay, las consecuencias más importantes de este hecho fueron la neta predilección por los géneros escénicos (óperas, ballet, películas), de celebración (cantatas, sinfonías en el espíritu del poema sinfónico) y por la música programática, idónea para servir de vehículo de un contenido ideológico[4]. Ni qué decir tiene que ese contenido ideológico era impuesto por el partido y que se basaba en el rechazo frontal de toda influencia burguesa, vamos, a cualquier tipo de modernismo vanguardista, como la dodecafonía, o el apego al formalismo, siempre entendido como rechazo de las formas clásicas y el carácter popular de la música. Y es que los “auditores” de la música soviética exigían a los compositores la realización de una música simple y comprensible para el pueblo[5]. Todas las composiciones musicales debían narrar fielmente el proceso de consecución de una sociedad socialista, la formación del nuevo hombre soviético.
         Pero, tal como apunta Fubini en La Estética Musical desde la Antigüedad hasta el Siglo XX[6], a ojos de los críticos más avezados contra el régimen, todas estas directrices de los concienzudos burócratas soviéticos llevaban aparejadas un gran problema estético:
Si la dodecafonía y la vanguardia en general se condenaban por no poderse percibir con facilidad por los oídos del pueblo y, sobre todo, por provenir del mundo capitalista –del que eran fiel reflejo-, las formas más “correctas” en que se expresaban –y en que deberían expresarse- la música soviética y la de los demás países socialistas no podían ser otras que la sinfonía, el cuarteto, la cantata, la sonata, etc., es decir, ni más ni menos, las formas canónicas del siglo XIX. Ahora bien ¿acaso no fue la sociedad burguesa la que inventó y la que utilizó estas formas clásicas en el momento de su mayor florecimiento?[7]
Más adelante se verá como logrará escapar el estalinismo de estas aporías. Por el momento sólo tratamos de insinuar el camino que se trazó a partir de las citadas resoluciones del partido y que marcarían la trayectoria de nuestro compositor, en cierto modo, obligado a abandonar los caminos iniciados en el periodo anterior a la polémica de Lady Macbeth, muy vinculados a la vanguardia rusa de la época.
La importancia de la función programática en el contexto de una vuelta a las formas clásicas lo manifiesta muy claramente Stravinsky en su Poética Musical[8]. Habla del fenómeno de las adaptaciones del repertorio al nuevo contexto revolucionario. El caso más llamativo es la adaptación de la ópera de Glinka La vida por el Zar, que volvía al repertorio con el título de Iván Susanin. Esta adaptación consistía básicamente en la sustitución de un programa por otro. Así, donde aparece la palabra Zar se reemplaza por los términos más acordes al momento como “Pueblo” o “Patria”. Este ejemplo nos puede servir para ver con claridad que el problema estético no se encontraba en la utilización de formas clásicas o vanguardistas, más bien en el estrangulamiento de formas de creación propias. Como sentencia Stravinsky:
Privado de formas propias de expresión, el patriotismo comunista, impuesto al gobierno por la fuerza de las circunstancias (“Du glaubst zu schieben, und du bist geschoben”), ha encontrado expresión, por el camino de la subversión, en una de las más puras obras maestras de la música rusa clásica, que había sido concebida y compuesta en otras circunstancias y que revestía un sentido completamente distinto[9].
            Debemos suponer, pues, que si la nueva situación revolucionaria requería de nuevas formas de expresión que puedan ser consideradas como un fiel reflejo del nuevo mundo que se abría camino, estas nunca pueden ser impuestas desde fuera a la manera adaptaciones de modelos anteriores, sino más bien habría que esperar a que estas formas surgiesen, madurasen, a la misma vez que la sociedad se va transformando. Lo que nos interesa es ver que una situación histórico-social nueva exige, o más bien va de la mano, de nuevas sensibilidades, de nuevos modos de relación, que evidentemente, no podían resolverse con una simple adaptación de modelos pasados, y menos aún por imposición dogmática. Es en este contexto, donde Maiakovsky, un artista comprometido con el movimiento obrero revolucionario, decía: los clásicos no serán las lecturas preferidas por el pueblo soviético. Lo serán los poetas de hoy y del futuro[10]. Pero, como ya hemos visto en anteriores apartados, toda esa fuerza creadora y todos esos esfuerzos, muchas veces contradictorios, de crear un nuevo arte de masas y que fueron asumidos principalmente por las vanguardias terminaron diluyéndose. De nada sirvió el compromiso con la revolución. Algo similar le sucedió al Conde Egmont, de nada le sirvió su catolicismo y su fidelidad al rey de España.


[1] Cfr. Luhmann, N. "La clausura operacional de los sistemas psíquicos y sociales", en  Fischer, H.R. y otros, El final de los grandes proyectos, Barcelona: Gedisa, 1997.
[2] También podríamos utilizar el término “cercamiento” que viene ejemplarmente descrito en capítulo XXIV del Capital de Karl Marx: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm.
[3] Ibíd. Pág. 116.
[4] Vinay, Gianfranco, Op. Cit. Pág. 37.
[5] Ocioso es volver a remitirnos al artículo Caos en vez de música.
[6] Fubini, Enrico. Madrid: Alianza Música, 1990
[7] Op. Cit. Pg. 408.
[8] Stravinsky, Igor. Barcelona: Acantilado, 2006.
[9] Ibíd. Pág. 104.
[10] Maiakovski, Vladimir, Op. Cit. Pág. 40.

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