Evidentemente, con el cambio de paisaje, cada uno de los elementos trató
de acoplarse lo mejor que pudo. El propio Stalin, que sabía perfectamente del
poderoso potencial propagandístico de la cultura, no tardó en ponerlo en
marcha. En una guerra como la que estaba librando, no podía seguir enviando a
Siberia a los artistas, todos podían servir para levantar la moral del pueblo. Así, a pesar del acoso al que
Shostakovich se había visto sometido por el régimen stalinista en los años
anteriores, los líderes políticos no tardaron en utilizar su figura para ayudar
a la población a aguantar el horror del hambre y las bombas. Así, el 1 de
septiembre Shostakovich habló en Radio Leningrado durante el sitio de la misma
ciudad: “Hace tan solo una hora he terminado la partitura del segundo
movimiento de mi sinfonía. ¿Por qué os lo cuento? Para que los que me estéis
escuchando sepáis que la vida de nuestra ciudad continúa con normalidad”[1]
Pero Shostakovich era una
personalidad tan valiosa, que el régimen no se podía permitir que una bomba lo
matara. Por eso en octubre del 41 lo evacuaron, a él y a su familia, y los
llevaron a Kuibishev, lejos del frente. No fue el único. Todos los componentes
de la Filarmónica de Leningrado, con su director al frente, Yevgueni Mravinsky,
fueron también evacuados[2]. Hasta
en la Unión Soviética había clases y clases. Pero quedó otra orquesta, la
suplente, la Orquesta del Comité de la Radio de Leningrado. Esta orquesta había
sido nombrada suplente de la Filarmónica en 1931, bajo la dirección de Karl
Eliasberg[3]. En el
último concierto que dieron en Leningrado antes de 1942, el 14 de diciembre del
41, interpretaron 1812, la obertura de Tchaikovsky sobre la invasión de
Napoleón, casi 130 años antes, otro símbolo de resistencia rusa ante el
invasor.
Por tanto, hemos
de suponer que Stalin y el aparato del Partido fueron muy cuidadosos con este
potencial propagandístico de sus artistas. De hecho, parecían saber en todo
momento el qué hacer teniendo en cuenta a las personas que iba dirigida la
propaganda. Tal como apunta Volkov:
Los materiales
propagandísticos estaban pensados para diferentes tipos de público. Las
canciones populares, las películas patrióticas y los folletos militares estaban
diseñados para las masas; las novelas, las sinfonías y las óperas –como la
novela de Vasili Grassman Por una causa justa, la Séptima y la Octava sinfonía
de Shostakovich y la Quinta sinfonía de Prokofiev y su ópera Guerra y Paz,
basada en la novela de Tolstói- tenían como objetivo a la intelligentsia y a los aliados occidentales, al igual que una película histórica tan
sofisticada como Iván el Terrible, en la que empezó a trabajar Eisenstein en
1941, cuando fue evacuado desde Moscú con rumbo a Alma-Ata, en Kazajistán, al
principio de la guerra[4].
Sin duda, este párrafo, con los pertinentes
cambios de nombres y obras, puede pasar como una descripción fidedigna de la
situación cultural de cualquier país “democrático occidental” actual, con sus antagónicos
pero dependientes circuitos de alta y baja cultura. Pero, por supuesto, este no
es tema nuestro trabajo.
[2] Cfr. Vulliamy, Ed, “Orchestral manoeuvres”, The Guardian-The Observer, 25-11-2001, http://www.theguardian.com/theobserver/2001/nov/25/features.magazine27
[3]
Ibíd.
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