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Sobre el ritmo... 2



Quizás uno de los aspectos decisivos en el ritmo es el acento. La pregunta que nos planteamos es si es posible dar una definición clara de este término, definición  que sea operativa en los tres niveles que hemos apuntado en los anteriores mensajes de este hilo: nivel ontológico, nivel categorial y nivel axiológico. En este sentido recurro al trabajo de Fred Lerdahl y Ray Jackendoff, su Teoría Generativa de la Música Tonal[1]. Estos autores distinguen tres tipos de acento: acento fenomenológico, acento estructural y acento métrico.

Por acento fenomenológico entendemos cualquier accidente de la superficie musical que acentúa o resalta un momento dado del discurrir de la música. En esta categoría se incluyen los puntos de ataque de los eventos tonales, acentuaciones locales como los sforzandi, cambios repentinos de intensidad o timbre, notas largas, saltos hacia notas relativamente agudas o graves, cambios armónicos, etc. Por acento estructural entendemos un acento causado por los puntos de gravedad armónicos o melódicos de una frase o sección –especialmente por una cadencia, objetivo del movimiento tonal-. Por acento métrico entendemos cualquier tiempo que sea relativamente fuerte en su contexto métrico.[2]

Lo más característico de esta clasificación en tres niveles es ver cómo, conforme vamos subiendo el nivel, la naturaleza del acento se hace más específica, más concreta, más objetiva. En el primer nivel, fenomenológico, el acento puede surgir a partir de cualquier evento. Fijaos en la gran gama de elementos que pueden hacer que sea posible el ritmo. Ya en el segundo nivel, la cosa se estrecha, y ya no vale cualquier cosa, sino que son los elementos pertenecientes a otros estratos, melódico y armónico, los que determinan dónde están los acentos. Por último, entramos en el acento métrico, que ya es el específico, donde el grado de objetivación es superior al de los anteriores y que depende de unas leyes métricas que legislan sobre cómo pueden ser organizados unas unidades métricas (figuras musicales, pies, etc…)[3].

Otro aspecto importante que destacan los autores es el que estos tipos de acento se “relacionan” de diferentes maneras. De manera general, esto es lo que dicen:

El acento fenomenológico funciona como fuente de percepción del acento métrico –es decir, que los momentos de acentuación musical de la señal original sirven de pistas a partir de las cuales el oyente intenta extrapolar un esquema regular de acentos métricos. Si la regularidad de estas pistas es pequeña o si entran en conflicto, el sentido del acento métrico queda atenuado o se vuelve ambiguo. Si, por el contrario, las pistas son regulares y se apoyan unas a otras, el acento métrico toma una definición clara y estructurada en distintos niveles-.[4]

Ni que decir tiene que todo esto me suena a “acoplamiento”, o “desacoplamiento”. Pero, y ahora viene lo mejor: Una vez que se ha establecido un esquema métrico, el oyente sólo renuncia a él si se encuentra con pruebas que lo contradigan fuertemente[5]. Así pues, la tarea del sujeto que escucha es la de “cotejar” la coincidencia de esos niveles métricos que se dan en una obra concreta, en términos lukacsianos, en la totalidad intensiva de la obra de arte.

Pero, como es evidente, y ahí podríamos aplicar los términos de novedad y confirmación de Weizsäcker, normalmente en la obra de arte no se produce una coincidencia total entre esos niveles. Se produce una especie de “disonancia”, pero que puede que no sea lo suficientemente fuerte o regular como para inutilizar el esquema percibido. En el caso de que sí lo sea, evidentemente, cada cosa irá por su lado y no sabremos qué ley aplicar. La obra quedará a la deriva a la espera de algún espabilado que sepa sacar rendimiento –económico normalmente-, queda abierta a los procesos de emergencia, a la búsqueda de nuevos modos de relación que restauren la estabilidad al sistema, o terminará muriendo, si la cosa no da para más.

Quizás la fórmula rítmica que refleja con más claridad el aspecto de “disonancia comedida” es la síncopa. La síncopa, definición que tuve que memorizar y no se me ha olvidado, es una nota que comienza en parte o fracción débil y se prolonga a parte o fracción fuerte. Es una nota en el que el ataque se produce en un momento que no es el momento, la parte débil, y por lo tanto, produce esa sensación de inseguridad, una especie de ansiedad, de necesidad de apoyo. Todo esto es quizás lo que hace a la música de jazz -no tengo que contaros el lugar que ocupa la síncopa en esta música- poseer ese carácter tan dinámico, tan movido, porque esa búsqueda del punto de apoyo acentúa ese movimiento. Aún así, la síncopa no tiene la suficiente fuerza para romper con la relación armónica entre los diferentes niveles, y por ello es una distorsión que no rompe con su sistema de valores, de hecho está totalmente integrada.

Bien, el efecto de todos estos detalles o distorsiones en la obra de arte es, como diría Lukács, evocador. Diríamos que la obra de arte es una especie de campo de pruebas donde se refleja el funcionamiento de la realidad, una especie de fotografía instantánea que inmortaliza al mundo en su totalidad. Pero ese mecanismo se me insinúa el mismo en otros ámbitos, como el ético y el político, pero con la salvedad de que la ética y la política no pueden producir una consumación, conseguir realizar un todo cerrado, una totalidad intensiva como en la obra de arte. Lukács lo dice con estas palabras: la realización viva, la ética, de la completitud tiene inevitablemente un carácter disperso, esporádico, a menudo incluso desvaído; sólo de vez en cuando se alzan de la selva de lo fragmentario casos sueltos paradigmáticos de una auténtica realización[6]. La peculiaridad del objeto estético sería esa capacidad para consumar el proceso de cerramiento, esa necesidad “histórico-social” del hombre de encontrar esa seguridad en el medio que le ha tocado vivir. Que cada una de las artes pueda conseguir eso se debe al medio homogéneo en el que se inserta.

Por tanto, desde el punto de vista ético o político, en la realidad encontramos numerosos momentos en los que se produce ese desajuste entre el nivel ontológico, el nivel categorial y el axiológico. Muchos de esos desajustes, en la medida de que no tienen la suficiente fuerza o regularidad, se mantienen en el sistema en forma de figuras marginales. Pero en el momento en el que, como dice Jordi Claramonte en su Desacoplados, ese elemento disruptivo tiene la suficiente fuerza para poner el sistema patas arriba, se inicia un proceso de cambio, de una nueva reorganización que sea capaz de devolver la “justeza” al sistema. En este sentido podemos acercarnos, y en esto enlazo con el tema que estoy trabajando sobre Shostakovich y el Realismo socialista, a la revolución bolchevique de 1917. El sistema ya presentaba muchas fisuras, en el sentido de desajustes entre los niveles ontológico, categorial y axiológico, pero seguía ahí manteniéndose en pie. En cierto modo nos vale lo que dice Zizek cuando se refiere a las escenas de dibujos animados en la que el personaje que se encuentra con un acantilado sigue corriendo sin caerse hasta que se da cuenta de que está corriendo por el aire. Es en ese instante cuando cae por el precipicio. Bueno, en el momento en el que una fuerza es capaz de dar por finiquitado un sistema, en nuestro caso el partido bolchevique, se inicia un proceso de creación de nuevos sistemas donde las vanguardias, que en el sistema anterior ocupaban un segundo plano, tomaron el protagonismo. Sí, eran los maravillosos años 20´soviéticos.


[1] Akal,  Madrid, 2003.
[2] Ibidem. Pg. 19.
[3] A bote pronto, enlazo todo esto con el extenso capítulo de la Estética I de Lukács dedicado al sistema de señalización 1´ (Volumen 3), que tiene un desarrollo más “estético” en el siguiente capítulo referido a la categoría de particularidad.
[4] Ibidem. Pg. 19.
[5] Ibidem. Pg. 19.
[6] Lukács, Georg, Estética I, Tomo 3, Grijalbo, Barcelona, 1965. Pg. 245.

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