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Una del Oeste... El hombre que mató a las vanguardias... 7



Toda esta problemática se sitúa en lo que Groys llama la actitud hacia el legado clásico. Esa exigencia a empezar de nuevo -lo que llamaremos el “punto cero”[1] o de no retorno del arte tradicional- que se auto-imponía la vanguardia, era vista por el Partido como un despilfarro, como una instigación a estropear propiedades estatales[2]. Y es que esas obras siempre podrían ser utilizadas, incluso para sacar un buen dinero o, cuando menos, para educar el sentido de la armonía y la proporción a los jóvenes, aspecto tan necesario en toda nación que se digne a ser grande. El objetivo del partido, por tanto, era otro bien distinto, no era privarse a sí mismo de las armas probadas de las obras clásicas, sino, por el contrario, emplearlas en la construcción del nuevo mundo, darles otra función, utilizarlas[3]. En otras palabras, mientras que para la vanguardia el “punto cero” del arte de la tradición es el principio de un nuevo mundo construido sobre una nueva base, sobre nuevos modos de hacer, o sea, que existe un profunda escisión entre lo viejo y lo nuevo, para el Partido ese “punto cero” del arte de la tradición es el final de un largo camino que ha desembocado en el  socialismo realmente existente, y en este sentido, ese pasado está aniquilado, es un pasado muerto. Sobre esta concepción subyace una idea concreta de historia, denominada por Zizek como idealismo evolucionista. El estalinismo concibe la Historia como el proceso continuo de sustituir los viejos amos por nuevos: cada vencedor desempeñó un “papel progresista” en su época, después perdió su objetivo debido al inevitable desarrollo: ayer fue el capitalista quien actuó de acuerdo con la necesidad de progreso, hoy, nos toca a nosotros…[4] En este contexto, el pasado no es un enemigo, un elemento con el que acabar, sino el sustrato sobre el que se levanta el nuevo mundo, en cierto modo, la materia prima que sufre un proceso de sublimación, o sea, un nuevo uso, de acuerdo con el desarrollo histórico pertinente. La tarea del Partido es la de determinar los elementos “progresistas” de ese arte del pasado que pueden ser rescatados y qué elementos reaccionarios deben ser aniquilados. Y volviendo a la categoría de programa, desde esta perspectiva, con el estalinismo el mismo arte tradicional empezaba a leerse bajo el paisaje que terminó imponiéndose basado en el antagonismo socialismo/capitalismo.
            En cualquier caso, llegados a este punto lo que sería pertinente plantearse es lo que en realidad pensaban las vanguardias de ese “punto 0” del arte tradicional, es decir, que si debemos considerarlo como una vuelta a una “realidad bruta” a partir de la cual construir un nuevo mundo, tesis que parece asumir Groys para las vanguardias, o más bien la ruptura con ciertas ideas reguladoras de lo que Jordi Claramonte llama autonomía ilustrada y autonomía moderna[5]. Según el profesor Claramonte, las declaraciones de los movimientos de vanguardia rechazando la autonomía deben interpretarse como reacción frente al agotamiento de la autonomía moderna o el descrédito de la autonomía ilustrada, es decir, el rechazo de determinada conformación de la productividad estrictamente limitada a los circuitos del mundo del arte, y cuyos horizontes políticos limitan con su capacidad de epatar al burgués[6]. En este contexto, la revolución de Octubre, y la los años de guerra civil que se iniciaron después, vinieron a ejercer una importante fuerza sugestiva, es decir, a reforzar la impresión de que la realidad del viejo mundo había quedado aniquilada, y con ella los ideales representativos que la sustentaban. Pero si bien los edificios y estructuras políticas habían quedado arrasados, eso no puede hacernos pensar que nos hemos topado con una suerte de negación paisajística. Todo lo contrario, toda esta inestabilidad pone encima de la mesa, son síntomas en definitiva, de un cambio paisajístico, de un cambio de programas. No es más que un reflejo de cómo dos paisajes luchan por imponer su hegemonía a través de la reapropiación de los elementos que se sumergen en ese paisaje, o sea de los repertorios y disposiciones, de cómo esos repertorios y disposiciones vuelven a relacionarse, a reactualizarse, bajo un programa que terminará siendo el hegemónico[7]. Así pues, si pensamos las vanguardias desde el punto de vista del paisaje impuesto por el estalinismo, que es el que se llevó el gato al agua, siempre tenderemos a resaltar aquellos aspectos que más se adaptan al paisaje estaliniano, y por lo tanto, tal como parece hacer Groys, sería posible ver una especie de continuidad entre el pensamiento de las vanguardias y el de Stalin. La diferencia entre una y otra propuesta se salvaría con una sencilla “radicalización”, de ahí la tesis groysiana de que en las vanguardias estaría el germen del realismo socialista. En este sentido, las vanguardias estarían marcadas ya desde el principio. Desde nuestro punto de vista, esta interpretación cae de nuevo en lo que hemos llamado antes, siguiendo a Zizek, como “idealismo evolucionista”. Por lo tanto, creemos que en el arte de vanguardia, lejos ya de estar sobre determinado desde el principio, sólo una serie de decisiones hicieron posible que los modos por ella desplegados poco a poco perdieran la batalla[8].
            En el contexto que acabamos de describir, resulta entonces pertinente plantearse de nuevo la tesis de que fue Stalin el que acabó con las vanguardias. En este punto estaríamos de acuerdo con Groys al afirmar que Stalin no sería el verdadero verdugo de éstas. Así, aunque Ransom Stoddard (James Steward, alias Stalin), quiere poner fin a los abusos de Liberty Valance y los ganaderos (las insumisas vanguardias),  no será sino John Wayne (el Partido Bolchevique y Lenin a la cabeza) el que, si bien no gracias un disparo certero sino mediante una certera dosificación de un mortal veneno, terminase debilitando las aspiraciones del enemigo que terminaría convirtiéndose en un vulgar muñeco de trapo al servicio del poder[9].
            Pero ahora tenemos que volver con nuestro compositor y analizar, en el contexto que acabamos de describir, como pone a prueba sus ingenios[10].


[1] Entendemos este “punto cero” como el momento en el que ya todo no va a volver a ser lo mismo. Es un momento de ruptura en el que un paisaje deja de servir de sostén a un conjunto de repertorios y disposiciones relacionados, de tal manera que el paisaje ya no es ese paisaje, me lo han cambiado, que diría el castizo. En este sentido parece manifestarse Claramonte haciendo referencia a nuestro compositor: Igualmente cuando una estructura narrativa o musical colapsa, como sucede -por ejemplo- con los materiales de la tradición sinfónica rusa a manos de Shostakovich, encontramos otra cosa, es decir otro “modo de relación”, que -como hemos dicho- difícilmente podía ser prevista en la estética premodal, pero en la que ahora cabe trabajar. En http://jordiclaramonte.blogspot.com.es/2013/09/cuestiones-de-analisis-modal-del-puente.html.
[2] Groys, Boris, Op. Cit. Pág. 89.
[3] Ibíd.
[4] Zizek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, Madrid: Siglo XXI, 2008. Pág. 190 y s.
[5] Claramonte, Jordi, La república de los fines, Murcia: CENDEAC, 2011.
[6] Claramonte, Jordi, Arte de contexto, San Sebastián: Nerea, 2010. Pág. 83 y s.
[7] Desde el punto de vista económico, el trasfondo de ese periodo revolucionario en Rusia es el cambio de un modo de producción casi feudal a otra capitalista. Evidentemente, ese cambio, si en los países hegemónicos como Inglaterra y Francia, e incluso Alemania, se produjo de una forma más paulatina, en Rusia se realizó “a la tremenda”. Así podemos considerar los grandes procesos de colectivización de las tierras desarrollados por Stalin como la versión más hardcore de los procesos de cercamiento ya descritos por Marx. Es por ello que ese interés imponer el antagonismo socialismo/capitalismo no es más que una manera de desplazar la verdadera batalla que se estaba produciendo, y es la necesidad imperiosa de tomar el tren de las potencias Occidentales, el tren del desarrollo, y para ello no hay mejor remedio que el socialismo, o sea, socializar las pérdidas.
[8] En el capítulo primero ya habíamos mencionado el giro político que tomó la Proletkult en apenas dos años, y con ello los impulsos de autonomía estética quedaron seriamente tocados.
[9] Cfr. Claramonte, Jordi, Desacoplados. Estética y política del western, Madrid: Papel de fumar, 2011. Cap. 4. Pág. 42 y ss.
[10] Como dice Claramonte en su desacoplados, un ingenio, como Spinoza manda, sería un agente operacional capaz de ir dosificando los afectos, de ir adaptando nuestras pasiones a las exigencias de nuestras acciones. Ibid. Pág. 50.

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